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Tras los pasos de Jesús

Y resulta que el mundo se paró, forzosamente, cuando menos lo esperábamos, y de repente nos vimos sumidos en una situación anómala, inédita, extraña. Entre la incertidumbre, el temor, la prudencia, y en todo caso, la necesidad de reducir la marcha, de frenar en seco, de adaptarnos a una nueva forma de entender la vida, recluidos, con algunas libertades limitadas por un tiempo indeterminado.

Tuvimos tiempo para recuperar la memoria de quiénes somos, para hacer tareas domésticas olvidadas, para dar valor a la redes sociales como una forma de poder mantener vivo el contacto con la gente, con el mundo, pese a tener que pasar por la frontera olvidada del no contacto físico. Un tiempo de forzosa separación de los seres amados, que ha venido a reafirmarnos en esta verdad máxima: el ser humano necesita del ser humano. Y el amor es esencial porque da sentido a la vida.

 

Fue un tiempo para la corresponsabilidad, para aprender a vivir de otra manera, para recuperar el espacio virgen de la “soledad sonora”, de la intimidad con Dios que llamamos oración, para recargar las pilas existenciales, para quedarnos a solas con nuestra alma, y recuperar el valor de aquello que realmente merece la pena; los valores espirituales (evangélicos) que sostienen la vida, que le dan sentido: el amor, la fraternidad, la bondad, la amistad, la justicia, la paz, la compasión, la honradez, la caridad…

Francisco de Asís, en una de las oraciones que nos ha legado como patrimonio espiritual de la Iglesia, advierte que Dios es expresión de todo lo bueno, que todo lo bueno tiene sus raíces en el corazón del amor de Dios. Y este tiempo de confinamiento, en cierto modo tiempo de desierto, nos ha podido ayudar a resintonizar con la esencia de la vida en todas sus dimensiones potenciales de amor y solidaridad.

A día de hoy, a la vera la misma del Camino de Santiago, otrora (y no hace tanto) senda poblada de mujeres y hombres que con la vida cuestas caminan hacia el sepulcro del Apóstol, no dejo de sentir un algo de tristeza y de nostalgia. Tristeza porque el Camino se siente huérfano de aquellos que le han dado renombre universal, y nostalgia porque he vivido muchas y bellas experiencias de encuentro y comunión con estos protagonistas de la historia de la humanidad que, puestos en camino de búsqueda, ofrecen la mejor versión de la raza humana, los hermosos y profundos valores del Camino, de solidaridad, de sentido fraterno, de compartir, de respetar, de recuperar en definitiva la senda de la humanización fundamentada en valores esenciales, y a veces amordazados, o simplemente olvidados en la trastienda de una vida social demasiado tendente a lo comercial alentado por el materialismo.

Con todo y pese a todo, junto al Camino, sigo aguardando con esperanza… volverán a florecer las hermosas historias del Camino de Santiago, seguirá siendo una ruta indicada por una flecha amarilla (el amor) que tiene como horizonte un lugar terreno señalizado por estrellas, a los pies del sepulcro de un testigo del amor de Dios. Si bien es cierto que en Santiago tenemos un secreto: casi me atrevería a decir que, en realidad, los santiagueses somos un poco mentirosos, porque no es cierto que el Camino, o los diversos caminos, concluyan en Santiago de Compostela, sino que es ahí mismo donde comienza el auténtico camino: la vida, auténtico don divino.

Un tiempo de crisis es siempre una oportunidad de crecimiento. Las carencias que hemos experimentado, pueden reafirmarnos en los valores esenciales que dan sentido a la vida, y que son profundamente espirituales.

A la vera del Camino, abrazado de primavera, sigo soñando que es posible otra forma de humanidad en la que compartamos la responsabilidad de ser mejores personas cada día, y así lograr que la vida de todos sea un auténtico monumento al amor de Dios.

 

Ultreia e Suseia (Ánimo, adelante, y hacia el cielo).

 

Buen Camino de vida. Fe y esperanza.

 

Fray Francisco X.
Castro Miramontes.
Franciscano en O Cebreiro.