«Guardamos la Regla de Nuestra Señora del Carmen” (Santa Teresa de Jesús, Vida 36,26)
I LA FUNDACIÓN
El Carmelo de Santiago tiene su origen en el deseo expreso de Dios, manifestado a una sencilla paisana de Cuntis, María Antonia Pereira y Andrade, a quien confía una promesa y una petición: “Tú serás fundadora de un convento”.
María Antonia estaba casada y era madre de un niño y una niña, de modo que se preguntaba: “¿Cómo será esto, pues tengo marido?” Dios fue guiándolo todo hasta que Juan Antonio –su marido- y ella, con promesa de entrar ambos en religión, se dan Carta de separación matrimonial en una iglesia de Sevilla, ante un sacerdote, un notario eclesiástico y varios testigos (el 25 de marzo de 1730).
Ingresarán ambos en la Orden del Carmen descalzo, en Alcalá de Henares, el día de san José de 1733, cuando la Sierva de Dios contaba con 33 años. Toda la familia se consagró a Dios, pues los dos hijos ingresaron más tarde en la Orden de Predicadores de Santo Domingo, donde vivieron y murieron con fama de muy buenos y virtuosos religiosos.
María Antonia es urgida por Dios a una Fundación en esta ciudad de Santiago, la cual había intentado antes de ingresar en el Carmelo -1730- y resultó fallida. Pero la promesa de Dios tenía que cumplirse y así, tras un sinnúmero de dificultades, el camino se allana, cumpliéndose todos los requisitos.
El 15 de octubre de 1748, fiesta de santa Teresa de Jesús, el grupo de siete fundadoras, provenientes de los carmelos de Valladolid, Alba de Tormes, Palencia, Medina de Rioseco y Madre María Antonia, de Alcalá de Henares, llegaron a Santiago, a una casita provisional, y al día siguiente, se celebró la primera Misa, con la que se consideró hecha la primera fundación en Galicia de Carmelitas Descalzas, para que las jóvenes gallegas con vocación a nuestra Orden no tuvieran que irse de su tierra para realizarla.
Madre María Antonia de Jesús quiso implantar en esta Casa de la Virgen, a quien ella amaba y rendía culto enormemente, el mismo estilo de vida y costumbres que santa Teresa había implantado en el primer Monasterio fundado por ella en San José de Ávila, como así hizo.
La comunidad se trasladó a nuestro actual monasterio, todavía sin terminar de construir, el 22 de octubre de 1758. El 10 de marzo moría –en opinión de santidad- Madre María Antonia de Jesús, cuyo Proceso de Canonización se estudia en Roma.
II ¿QUIÉNES SOMOS?
Las Carmelitas Descalzas vivimos el carisma que dejó en la Iglesia santa Teresa de Jesús: vivir a solas, con Él solo, en una comunidad pequeña, fraterna, dedicadas totalmente a la oración, a la alabanza divina, para conseguir la perfección del amor, cuya escuela es precisamente la contemplación del Crucificado y la vida fraterna.
Santa Teresa recogió las dos consignas del profeta san Elías: “¡Vive Dios, en cuya presencia estoy!” y “me consume el celo por la Gloria de Dios”, y nos las pasa a sus hijas como ideal de nuestra vida contemplativa, meditando en el corazón, día y noche, la palabra de Dios, a imitación de la Santísima Virgen, a cuyo culto y comunión estamos dedicadas especialmente, y cuyo hábito y escapulario vestimos.
Nuestra separación del mundo nos coloca en una situación privilegiada para, como desde una atalaya, “ver” y asumir todas las necesidades de la Iglesia y de la humanidad, presentándolas en la oración cada día e intercediendo por ellas. Nos identificamos con estas palabras de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), nuestra hermana mártir, que decía al Señor: “Ante Ti, por todos”, y recordando las palabras de santa Teresa: “si vuestras oraciones y sacrificios no se ordenan al servicio de la Iglesia, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (Camino, 3, 10).
Creemos en la eficacia de la oración que abarca –como decía del amor santa Teresita – todos los tiempos y todos los lugares.
Una de las intenciones más importantes en la vida de una carmelita descalza es la de orar mucho por los sacerdotes, por su ministerio y su santificación, para que con su vida y predicación puedan ayudar a las almas a ellos confiadas en el camino de la fe.
La comunidad, como un pequeño “Colegio de Cristo” (Camino, 20, 1), se construye en torno a la Eucaristía. Santa Teresa llamaba al Señor, presente en el Sagrario, “Compañero nuestro en el Santísimo Sacramento”.
Todo en nuestra vida está orientado hacia la oración, incluso el trabajo. Éste es en verdad un medio para obtener el sustento. Nuestra Regla recoge la exhortación de san Pablo: “El que no trabaja, que no coma” (2Ts, 3, 7), pero santa Teresa hila más fino: “Procure cada una trabajar para que coman las hermanas”. Pero el trabajo es también una ayuda para ocupar la mente en Dios, “no sea que a causa de la ociosidad, descubra el Maligno brecha por donde penetrar en vuestras almas”.
El principal trabajo de nuestra comunidad es la elaboración de las Formas para la Eucaristía, que servimos en la portería y también se envían por correo a muchas parroquias de nuestra Diócesis y de otras ciudades más alejadas.
El trabajo –“ya que no sólo somos monjas, sino ermitañas” (cf. Santa Teresa, Camino)- , lo realizamos en soledad, cada una en su oficio y oficina, pues se reparten entre todas los oficios de la casa: ropería, sacristía, enfermería… Tenemos cada día, además de dos horas de oración silenciosa y el Rezo del Oficio Divino, una hora de lectura espiritual, pues para santa Teresa “es tan necesario este mantenimiento para el alma como el comer para el cuerpo”.
Además tenemos una hora de recreación en común, después de la comida y de la cena. Son los momentos fuertes de compartir intenciones de oración, noticias que nos han comunicado o se han leído en alguna revista religiosa; hablamos de nuestras familias, bromeamos… Los días de fiesta cantamos acompañadas con las guitarras… “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía”, decía nuestra santa Madre.
En las recreaciones llevamos siempre un trabajo manual: rosarios, escapularios, figuras de escayola para decorar, ropa para remendar o coser…, con la intención de no perder el tiempo y hacer algo útil mientras hablamos. Después de la recreación del mediodía, y del rezo del Oficio de Lecturas por la noche, tenemos una hora de recogimiento y retiro en la celda, que ocupa un lugar muy importante en nuestra vida; esa “pequeña clausura” dentro de nuestra clausura conventual donde la carmelita está a solas con Dios, trabajando, leyendo, o rezando.
A las once de la noche tenemos el último rezo del Oficio de las Horas, las Completas, que terminamos con el canto de la Salve a la Virgen María. A las 11.30 nos retiramos a descansar, después de una jornada de gracia que comenzó a las 6.30 de la mañana.
Carmelitas Descalzas