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Hermanas pobres de San Damián: Clarisas de Santiago de Compostela

El día 2 de febrero se celebra en la Iglesia la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El revuelo mediático de hace unos días en torno al compostelano convento de las Madres Mercedarias reafirma el deseo de esta publicación de dar a conocer el interior de las órdenes religiosas de oración y entrega. En esta ocasión nos acercamos a la vida de las MM. Clarisas.

rancisco de Asís, joven alegre y soñador, nombrado “rey de la juventud”, pertenecía a la naciente burguesía de principios del siglo XIII, en una sociedad de grandes diferencias sociales, guerras y luchas de poder; después de una larga etapa de búsqueda descubrió el camino que Dios quería para él. Cierto día, mientras oraba ante el Cristo de la ruinosa iglesia de S. Damián oyó estas palabras: “ve, Francisco y repara mi Iglesia que, como ves, amenaza ruina”. Inmediatamente puso manos a la obra, pidiendo piedras y dinero para la misma. Y mientras la restauraba, un día movido por inspiración divina profetizó acerca de las clarisas lo que más tarde el Señor realizó. En efecto, dicen los escritos, gritaba a ciertos pobres que vivían a los alrededores “venid, ayudadme en la obra del monasterio de San Damián porque llegará un día que vivirán en él ciertas damas con cuya famosa y santa vida se dará gloria a nuestro Padre Celestial en toda su santa Iglesia”.

Clara de Asís, una joven de la nobleza, destacó por su gentileza, cortesía y belleza. Desde niña aprendió de su madre los primeros conocimientos de la fe y se destacó por la misericordia, la práctica de la oración y la virginidad. Su familia soñaba un rico porvenir para ella, casándola con un joven de su mismo linaje, pero ella ya había decidido en su corazón consagrarse por entero al Señor. Quedó muy impresionada por la radicalidad y opción de Francisco cuando éste se despojó de sus bienes y sus vestidos ante el Obispo en la plaza de Asís, restituyéndolos a su padre. Ella entonces tenía 13 años. Y años más tarde tuvo la ocasión de oírle predicar varias veces en la Iglesia de san Jorge y en la Catedral de san Rufino, quedando secretamente conmovida por su palabra simple, directa, ardiente. Esta palabra resonaba en sus oídos como una llamada a la vida evangélica y desde entonces trató de encontrarse con Francisco, deseosa de saber lo que Dios quería de ella. Percibió en él la originalidad, comprendió su ideal evangélico, le seducía su pobreza vivida en seguimiento de Cristo como un camino hacia la verdadera fraternidad, un camino de simplicidad, de paz y de alegría. Y tomó la decisión de dejarlo todo para seguir a Cristo en la pobreza radical, como Francisco y sus hermanos.

“Mientras Francisco y sus hermanos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, eligieron la vida contemplativa y apostólica, Clara y sus hermanas, enraizando la Palabra en el corazón y el corazón en Dios, eligieron como tipo particular de vida el testimoniar a Cristo que contempla sobre el monte, solo frente al Padre en el Misterio de su divina complacencia” (CC. GG)

Después que Clara se desposó con Cristo, san Francisco la guió finalmente a la iglesia de san Damián, lugar que se convierte en una interpretación de la misión de santa Clara y de sus hijas para todos los siglos. La primera respuesta de Francisco al mandato del Crucifijo “Ve y repara mi Iglesia” eran las piedras y el dinero. Pero la Iglesia del Señor es una casa viva, construida por el Espíritu Santo con piedras vivas. La respuesta segunda y definitiva viene de la iniciativa personal del Espíritu Santo; la respuesta es esta joven mujer que deseaba hacer de su cuerpo un templo para Dios solo, aceptando el reto de la total oferta de sí misma a través de la caridad escondida, humilde y paciente, permaneciendo silenciosamente en el corazón de la Iglesia.

“La santa Madre Clara fue la primera de las mujeres de clausura. Eligió el desierto como vida que se nutre únicamente de Dios, que nace del deseo de amar con todas las fibras del corazón a Aquel que por amor nuestro se ha entregado totalmente.” (CC.GG). En un principio se denominaban las “damas encerradas” en el monasterio de san Damián. Después Clara define el carisma de su fraternidad con el nombre de “Hermanas pobres”.

La clausura de Clara comporta un estilo de vida fraterna que la santa denomina “altísima pobreza y santa unidad”, un don que capacita para acoger y, juntas, construir y reconstruir cada jornada. El ritmo sereno y susurrante de la oración litúrgica y personal, de la vida sacramental, de la intensidad del trabajo, del servicio recíproco, de los momentos de encuentro fraterno y del clima penitencial está todo orientado a la transformación evangélica del corazón para que sea el Espíritu del Señor con sus santas obras quien lo posea. El modelo concreto que Clara indica a cada hermana es el misterio de la Virgen María y la Encarnación; la grandeza de la Madre de Dios y la humildad del Creador que ha querido recogerse en el pequeño claustro de su vientre sagrado. Ahí ve reflejada Clara su vocación de mujer recluida en un claustro.

Haciendo un poco de historia…

Cuando San Francisco peregrinó a Compostela fue muy bien acogido en todos los pueblos por donde pasaba; el ideal franciscano cautivó el corazón del pueblo español desde el cortesano hasta el humilde pastor y de un extremo a otro de la nación; por eso la Familia Real, ya en los primeros años del reinado de San Fernando demostró su simpatía hacia la Orden Franciscana siguiendo así a través de los siglos.

Compostela, durante la Edad Media, ocupaba el lugar preeminente en la vida de la Iglesia. Era uno de los vértices del triángulo de peregrinaciones: Roma, Jerusalén y Santiago. Lugar de cita de tantos hombres que buscaban paz para su alma por un acto de penitencia.

Unido a este ideal de peregrinación surge un ideal de fundación. Monasterios y conventos de distintas órdenes religiosas se construyen en Santiago hasta llegar al siglo XIII con San Francisco de Asís.

Nuestro Monasterio fue fundado hacia 1260. Según la tradición recogida en el libro Tumbo del Monasterio, fue fundado por la Reina Dñª Violante, esposa del Rey Alfonso X el Sabio.

El primitivo Convento se construyó en las afueras de la ciudad, pero fue trasladado al interior de los muros en 1297, como consta por el documento expedido por el Cardenal Mateo de Santa María in Porticu, al hallarse edificado en un lugar solitario, peligroso y muy húmedo.

En 1577 se unen a este Monasterio de Santa Clara las Comunidades de Santa María a Nova y Santa Cristina da Pena.

El Monasterio fue totalmente reconstruido en el siglo XVII, por obra de los grandes maestros Domingo de Andrade y Simón Rodríguez.

En el siglo XIX, a causa de la invasión francesa, perdió parte de su patrimonio artístico. Peores consecuencias tuvo la exclaustración sufrida de 1836 a 1843; las monjas se refugiaron en el Convento de la Enseñanza de la ciudad. Finalmente, nueve hermanas de las catorce que habían partido, pudieron regresar al Monasterio que encontraron en deplorable estado; con gran esfuerzo lo restauraron y acomodaron para poder vivir más perfectamente la observancia regular.

El Monasterio fue declarado Monumento nacional el 9 de marzo de 1940.

En el año 1993 habilitaron una parte del Monasterio, que ha quedado fuera de la clausura conventual, oficinas de la CONFER gallega.

No nos podemos detener en la vida y santidad de sus moradoras, que a lo largo de ocho siglos han glorificado al Señor en este monasterio. Han iluminado a la Iglesia de todas las épocas con su sencillez, soledad, fraternidad, la pobreza, fieles al espíritu y regla de los santos Francisco y Clara.

¿Qué puede decir nuestra forma de vida a la mujer y al hombre de hoy?

¿Qué profecía puede brotar de “nuestro vivir corporalmente recluidas” como lo fueron Clara y sus hermanas en su tiempo, y a lo largo de tantos siglos? En medio de esta sociedad postmoderna fragmentada e inestable que sufre la carencia de unas relaciones humanas auténticas, nuestra separación del mundo es signo claro de una vida más humana dado que en ella la relación fraterna supone un especial cuidado y atención.

Vivimos el día a día bajo la mirada vigilante y amorosa del Padre Celestial. Nuestro ritmo no es en función del rendimiento sino en función de nuestro fin último: venimos y vamos hacia Dios. Esto se propone como alternativa a un ritmo desenfrenado, propio de la vida moderna que está en función de la productividad.

La vida de clausura, la estabilidad monástica, implican por sí mismas una dimensión que hoy tiene el riesgo de ser perdida: aquella de la casa, de poder enraizarse y encontrar la seguridad de un espacio estable donde vivir. Seguridad necesaria a esta cultura moderna donde la casa no es el lugar donde se habita, sino tan solo el lugar donde se duerme o come velozmente con la intención de salir de inmediato.

El monasterio es la casa, “¡qué deseables son tus moradas, Señor”. Estamos llamadas a recuperar el valor de la casa frente a lo provisional y efímero de nuestra cultura actual, porque pueden ser custodiados los valores de la familia, de la fraternidad, del bien común y el sentido de pertenencia. La clausura es también una expresión particular de nuestra opción por la pobreza extrema, pues vive e imita a Jesús pobre y Crucificado actuando la salvación del mundo mediante su muerte y resurrección. Esto puede aportar luz a la vida humana actual, siempre absorbida por una lectura exclusivamente económica, de éxito, y triunfos de la existencia.

También pertenece a la cultura contemporánea la aparente exaltación del cuerpo. Nuestra vocación nos invita a hacer del propio cuerpo un templo solo para Dios y a ofrecer este mismo cuerpo en unión al sacrificio del Cuerpo de Cristo que permanentemente se ofrece por todos.

Estamos llamadas a redescubrir la belleza de nuestra vocación de Clarisas que se caracteriza, en primer lugar, como llamada a vivir según la perfección del santo Evangelio, con una decidida referencia a Cristo como único y verdadero programa de vida. En el silencio, en el ocultamiento de la oración, en el trabajo humilde, en el discreto amor fraterno, en la alegría del sacrificio, está la belleza de nuestra vocación y misión, como incesante himno eucarístico al Padre, por una Iglesia restaurada en la alabanza y en la intercesión.

O día 2 de febreiro celébrase na Igrexa a Xornada Mundial da Vida Consagrada. O rebumbio mediático de hai uns días en relación co compostelán convento das Madres Mercedarias reafirma o desexo desta publicación de dar a coñecer o interior das ordes relixiosas de oración e entrega. Nesta ocasión achegámonos á vida das MM. Clarisas.

Francisco de Asís, mozo alegre e soñador, nomeado «rei da mocidade», pertencía á nacente burguesía de principios do século XIII, nunha sociedade de grandes diferenzas sociais, guerras e loitas de poder. Logo dunha longa etapa de procura descubriu o camiño que Deus quería para el. Certo día, mentres oraba ante o Cristo da ruinosa igrexa de S. Damián oíu estas palabras: «vai, Francisco e repara a miña Igrexa que, como ves, ameaza ruína». Inmediatamente púxose á obra, pedindo pedras e diñeiro para a mesma. E, mentres a restauraba, un día movido por inspiración divina profetizou en relación coas clarisas o que máis tarde o Señor realizou. En efecto, din os escritos, gritaba a certos pobres que vivían nos arredores «vinde, axudádeme na obra do mosteiro de san Damián porque chegará un día que vivirán nel certas damas con cuxa famosa e santa vida darase gloria ao noso Pai Celestial en toda a súa santa Igrexa».

Clara de Asís, unha moza da nobreza, destacou pola súa xentileza, cortesía e beleza. Desde nena aprendeu da súa nai os primeiros coñecementos da fe e destacou pola misericordia, a práctica da oración e a virxindade. A súa familia soñaba un rico porvir para ela, casándoa cun mozo da súa mesma liñaxe, pero ela xa decidira no seu corazón consagrarse de maneira total ao Señor. Quedou moi impresionada pola radicalidade e opción de Francisco cando este se desposuíu dos seus bens e dos seus vestidos ante o Bispo na praza de Asís, restituíndoos a seu pai. Ela entón tiña 13 anos. Pasado un tempo tivo a ocasión de oílo predicar varias veces na Igrexa de san Xurxo e na Catedral de san Rufino, quedando secretamente conmovida pola súa palabra sinxela, directa, ardente. Esta palabra resoaba nos seus oídos como unha chamada á vida evanxélica e desde entón tratou de atoparse con Francisco, desexosa de saber o que Deus quería dela. Percibiu nel a orixinalidade, comprendeu o seu ideal evanxélico, seducíaa a súa pobreza vivida no seguimento de Cristo como un camiño cara á verdadeira fraternidade, un camiño de simplicidade, de paz e de alegría. E tomou a decisión de deixalo todo para seguir a Cristo na pobreza radical, como Francisco e os seus irmáns.

«Mentres Francisco e os seus irmáns, baixo a inspiración do Espírito Santo, elixiron a vida contemplativa e apostólica, Clara e as súas irmás, enraizando a Palabra no corazón e o corazón en Deus, elixiron como tipo particular de vida o testemuñar a Cristo, que contempla sobre o monte, só fronte ao Pai, no Misterio da súa divina compracencia» (CC. GG)

Despois que Clara se desposou con Cristo, san Francisco guiouna finalmente á igrexa de san Damián, lugar que se converte nunha interpretación da misión de santa Clara e das súas fillas para todos os séculos. A primeira resposta de Francisco ao mandato do Crucifixo «Vai e repara a miña Igrexa» eran as pedras e o diñeiro. Pero a Igrexa do Señor é unha casa viva, construída polo Espírito Santo con pedras vivas. A resposta segunda e definitiva vén da iniciativa persoal do Espírito Santo; a resposta é esta nova muller que desexaba facer do seu corpo un templo para Deus só, aceptando o reto da total oferta de si mesma a través da caridade agochada, humilde e paciente, permanecendo silandeiramente no corazón da Igrexa.

«A santa Madre Clara foi a primeira das mulleres de clausura. Elixiu o deserto como vida que se nutre unicamente de Deus, que nace do desexo de amar con todas as fibras do corazón a Aquel que por amor noso se entregou totalmente». (CC.GG). Nun principio denominábanse as «damas encerradas» no mosteiro de san Damián. Despois Clara define o carisma da súa fraternidade co nome de «Irmás pobres».

A clausura de Clara comporta un estilo de vida fraterna que a santa denomina «altísima pobreza e santa unidade», un don que capacita para acoller e, xuntas, construír e reconstruír cada xornada. O ritmo sereno e borboriñante da oración litúrxica e persoal, da vida sacramental, da intensidade do traballo, do servizo recíproco, dos momentos de encontro fraterno e do clima penitencial está todo orientado á transformación evanxélica do corazón para que sexa o Espírito do Señor coas súas santas obras quen o posúa. O modelo concreto que Clara indica a cada irmá é o misterio da Virxe María e a Encarnación; a grandeza da Nai de Deus e a humildade do Creador que quixo recollerse no pequeno claustro do seu ventre sagrado. Aí ve reflectida Clara a súa vocación de muller recluída nun claustro.

Facendo un pouco de historia?

Cando san Francisco peregrinou a Compostela foi moi ben acollido en todas as vilas por onde pasaba; o ideal franciscano cativou o corazón do pobo español desde o cortesán ata o humilde pastor e dun extremo a outro da nación; por iso a Familia Real, xa nos primeiros anos do reinado de san Fernando demostrou a súa simpatía cara á Orde Franciscana seguindo así a través dos séculos.

Compostela, durante a Idade Media, ocupaba o lugar preeminente na vida da Igrexa. Era un dos vértices do triángulo de peregrinacións: Roma, Xerusalén e Santiago. Lugar de cita de tantos homes e mulleres que buscaban paz para a súa alma por un acto de penitencia.

Unido a este ideal de peregrinación xorde un ideal de fundación. Mosteiros e conventos de distintas ordes relixiosas constrúense en Santiago ata chegar ao século XIII con San Francisco de Asís.

O noso mosteiro foi fundado cara a 1260. Segundo a tradición recollida no libro Tombo do mosteiro, foi fundado pola Raíña D.ª Violante, esposa do Rei Afonso X o Sabio.

O primitivo Convento construíuse nos arredores da cidade, pero foi trasladado a cerca dos muros en 1297, como consta polo documento expedido polo Cardeal Mateu de Santa María in Porticu, ao acharse edificado nun lugar solitario, perigoso e moi húmido.

En 1577 únense a este mosteiro de Santa Clara as comunidades de Santa María a Nova e Santa Cristina da Pena.

O mosteiro foi totalmente reconstruído no século XVII, por obra dos grandes mestres Domingo de Andrade e Simón Rodríguez.

No século XIX, por mor da invasión francesa, perdeu parte do seu patrimonio artístico. Peores consecuencias tivo a exclaustración sufrida de 1836 a 1843; as monxas refuxiáronse no Convento da Ensinanza da cidade. Finalmente, nove irmás das catorce que partiran, puideron regresar ao mosteiro que atoparon en deplorable estado; con gran esforzo restaurárono e acomodárono para poder vivir máis perfectamente a observancia regular.

O mosteiro foi declarado Monumento nacional o 9 de marzo de 1940.

No ano 1993 habilitaron unha parte do mosteiro, que quedou fóra da clausura conventual, para oficinas da CONFER e da FERE de Galicia.

Non nos podemos deter na vida e santidade das súas moradoras, que ao longo de oito séculos glorificaron o Señor neste mosteiro. Iluminaron a Igrexa de todas as épocas coa súa sinxeleza, soidade, fraternidade e pobreza, fieis ao espírito e regra dos santos Francisco e Clara.

Que pode dicir a nosa forma de vida á muller e ao home de hoxe?

Que profecía pode agromar «do noso vivir corporalmente recluídas» como o foron Clara e as súas irmás no seu tempo, e ao longo de tantos séculos?

No medio desta sociedade postmoderna fragmentada e inestable que sofre a carencia dunhas relacións humanas auténticas, a nosa separación do mundo é signo claro dunha vida máis humana dado que nela a relación fraterna supón un especial coidado e atención.

Vivimos o día a día baixo a mirada vixiante e amorosa do Pai Celestial. O noso ritmo non é en función do rendemento senón en función do noso fin último: vimos e imos cara a Deus. Isto proponse como alternativa a un ritmo desenfreado, propio da vida moderna que está en función da produtividade.

A vida de clausura, a estabilidade monástica, implican por si mesmas unha dimensión que hoxe ten o risco de ser perdida: aquela da casa, de poder enraizarse e atopar a seguridade dun espazo estable onde vivir. Seguridade necesaria a esta cultura moderna onde a casa non é o lugar onde se habita, senón tan só o lugar onde se dorme ou come velozmente coa intención de saír de inmediato.

O mosteiro é a casa, «que desexables son as túas moradas, Señor!«. Estamos chamadas a recuperar o valor da casa fronte ao provisional e efémero da nosa cultura actual, porque poden ser custodiados os valores da familia, da fraternidade, do ben común e o sentido de pertenza.

A clausura é tamén unha expresión particular da nosa opción pola pobreza extrema, pois vive e imita a Xesús pobre e Crucificado actuando a salvación do mundo mediante a súa morte e resurrección. Isto pode achegar luz á vida humana actual, sempre absorbida por unha lectura exclusivamente económica, de éxito, e triunfos da existencia.

Tamén pertence á cultura contemporánea a aparente exaltación do corpo. A nosa vocación invítanos a facer do propio corpo un templo só para Deus e a ofrecer este mesmo corpo en unión ao sacrificio do Corpo de Cristo que permanentemente se ofrece por todos.

Estamos chamadas a redescubrir a beleza da nosa vocación de Clarisas que se caracteriza, en primeiro lugar, como chamada a vivir segundo a perfección do santo Evanxeo, cunha decidida referencia a Cristo como único e verdadeiro programa de vida. No silencio, no retiro da oración, no traballo humilde, no discreto amor fraterno, na alegría do sacrificio, está a beleza da nosa vocación e misión, como incesante himno eucarístico ao Pai, por unha Igrexa restaurada na loanza e na intercesión.