Arzobispo

Abrir la Puerta Santa: Caminar en la esperanza

Abrimos la Puerta Santa de nuestra Catedral de Santiago para caminar en la esperanza. Sí, porque la apertura de esta puerta no es simplemente para que por ella abierta entren los peregrinos que lleguen a la Casa del Señor Santiago, sino para que cruzando su umbral comencemos un viaje que, desde la esperanza, nos conduzca al encuentro con Cristo. Hemos llegado, por fin, al inicio de otro Año Santo Compostelano. Y no lo hemos hecho en circunstancias similares a las de otros acontecimientos jubilares. Llegamos a esta fecha después de haber surcado por aguas agitadas, tormentosas, en nuestra barca de Santiago los meses duros de esta pandemia que ha quebrado tantas pretendidas seguridades.

El papa Francisco nos indicaba en aquella memorable intervención de marzo pasado que “nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Y así, navegando junto a la barca de Pedro, damos paso a este tercer Año Santo Jacobeo del Tercer Milenio como una oportunidad para redescubrir la vitalidad de la fe y de la misión cristiana. El mar encrespado no puede dejar que perdamos de vista el objetivo esencial: la llamada a la conversión que nos ayude a renovarnos espiritualmente, para salir a calles y plazas a proclamar la buena noticia del Evangelio. En aquella tarde de marzo, el papa Francisco nos comentaba que “el Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza”. Siempre tras la cruz está la Resurrección. Sólo Él, Cristo, es el eternamente necesario, el absoluto de nuestras vidas.

El Apóstol Santiago nos enseña el valor de la amistad con Jesús, nos descubre cómo pasar de lo que nosotros deseamos, de nuestro querer egoísta, al servicio de los demás y al cumplimiento de la voluntad de Dios. Esto lo conseguimos por mediación de la Gracia y de la Misericordia del Padre. Nuestra historia jacobea viene definida por la perdonanza, signo excelso de la misericordia de Dios que debe estar en el centro del anuncio y de la praxis de la Iglesia. Este es el motivo de la peregrinación y el contenido del Año Santo: renovar el corazón con el sacramento de la penitencia y curar las heridas y los desgarros de los que caminan con la fuerza de la Eucaristía que es el Pan de Vida.

Con aquellas palabras de Dante puestas en boca de Beatriz, “haz que desde aquí resuene la esperanza”, evocamos también que Santiago es la meta de una ruta que ha configurado la fe de nuestro continente, la vieja Europa, y de nuestra propia nación, esta España a la que llegó el Apóstol Santiago. El Camino a Compostela es una senda de peregrinos, inquietos buscadores de trascendencia y mensajeros de lo sagrado, que ha dejado huellas imborrables de la semilla cristiana en la cultura y en las costumbres. Son pistas para que, incluso los que transcurren por los senderos sin la mochila de la fe, puedan descubrir que su alma anhela a Dios. De ahí el valor de la acogida y el acompañamiento desde nuestra lectura cristiana de la realidad.

“Sal de tu tierra”. Ese es el lema de la Carta Pastoral que hice pública hace un año para ir preparando este acontecimiento jubilar. Meses después, tras ser zarandeados por el coronavirus, quise volver a animar a los peregrinos, para que se  convirtiesen “en signo e interrogante para cuantos os observen a lo largo del camino de Santiago o de otras formas de peregrinación. Que puedan vislumbrar que, si salisteis de vuestra tierra, fue para volver más comprometidos a ella”.

Y nada ni nadie nos podrán apartar de la certeza de que “el Jubileo Compostelano, que recoge la más profunda tradición bíblica y cristiana de los Años de Gracia del Señor, más que nunca quiere ser un tiempo para la alegría y la liberación, una oportunidad para comenzar de nuevo, gracias a la misericordia del Señor que, como Dios amoroso y providente, acompaña y cuida de su Pueblo”. ¡Dios nos ayuda y el Apóstol Santiago. Ultreia e Esuseia! ¡Gozoso Año Santo Compostelano!

 

+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela