El 22 de diciembre de 1216 el Papa Honorio III promulgaba la bula de confirmación de la Orden de Predicadores. En esta fecha eran sólo 16 frailes. El día de la Asunción de la Virgen de 1217, Santo Domingo decide dispersarlos. Cuatro son destinados a España, siete son enviados a París, dos van a Roma y otros se quedan en la casa madre de San Román de Toulouse. Son enviados para “estudiar, predicar y fundar conventos”. “El trigo amontonado se corrompe y esparcido fructifica”, había dicho Domingo.
Así se iniciará la gran expansión de la Orden de Predicadores por toda Europa. Van a las universidades a estudiar y predicar, y de ellas se nutren los primeros conventos. Varios profesores eminentes (Pedro de Tarantasia -Inocencia V-, Hugo de San Caro, Alberto Magno, Humberto de Romans, Jordán de Sajonia, Raimundo de Peñafor…) y muchos jóvenes estudiantes deciden seguir el evangelio al modo de Santo Domingo.
Al morir Santo Domingo en 1221 ya hay censados 60 conventos. Quince años más tarde se contabilizarán 300 conventos. El sucesor de Santo Domingo, Jordán de Sajonia con sus frailes, se consagrará a la evangelización de los fieles y de los infieles, y la enseñanza de las ciencias sagradas, principalmente en torno a las universidades de la época: París, Bolonia, Salamanca, Santiago de Compostela, Oxford… En España se fundarán los primeros conventos en Madrid, Segovia, Palencia, Burgos, Pamplona, Salamanca, Santiago de Compostela.
¿Qué estaba sucediendo en esta época, en la sociedad civil y en la iglesia de Europa?
Estamos en pleno siglo XII-XIII. La sociedad está sufriendo un profundo cambio. Es el paso del feudalismo a una Europa urbana, comercial, libre. Nacen las primeras universidades. Empiezan a surgir movimientos de renovación, en el seno de la iglesia, para corregir los defectos acumulados durante siglos, desean volver a los orígenes del cristianismo. El Espíritu sigue vivo. Algo se mueve dentro de la iglesia. Con el Papa Gregorio VII (1073-1085) se inicia la Reforma gregoriana. Se celebran cinco Concilios ecuménicos en el plazo de 122 años. El IV Concilio de Letrán (1215) ordena la creación de predicadores diocesanos como auxiliares de los obispos y la Creación de escuelas para la formación de los clérigos. En este caldo de cultivo nacen muchos movimientos populares espontáneos de renovación cristiana, sin formación, y, por tanto, poco fiables. Tiene especial relevancia el movimiento “cátaro o albigense” del sur de Francia.
En este contexto aparece Santo Domingo de Guzmán.
Los cátaros eran una secta surgida en el sur de Francia, venida de Oriente, importada a esa región por los cruzados. Parecían tener buena intención. Querían la reforma de la Iglesia y recuperar la autenticidad de una vida evangélica. Pero sus intenciones habían derivado en exageraciones que contenían fatales errores, como separar estrictamente la realidad en dos principios, el bien y el mal, olvidándose que con mucha frecuencia ambos se dan mezclados. Su deseo de pureza les hacía intransigentes y duros, “sólo los puros pueden salvarse”. Domingo recibe y acoge de los cátaros su deseo de reforma y de vuelta a una vida más evangélica, pero rechaza su doctrina. Por eso, algunos han dicho de los Dominicos que “vivían como herejes y pensaban y hablaban como la Iglesia.”
En aquellos días de abril de 1215, Domingo y sus compañeros sí que tenían claro lo que querían ser y hacer: en una actitud y vida de total pobreza, querían presentar la fe católica en una región sacudida por los errores doctrinales de la herejía cátara.
Como solía ocurrir entonces, el conflicto religioso se entremezcló con intereses políticos y territoriales. Una frase de un legado papal en esa cruzada nos da idea del nivel del conflicto. Arnaud Amary fue preguntado cuando tomó Beziers qué debían hacer con los herejes y qué con los fieles a la Iglesia. La respuesta fue: “Matadlos a todos que Dios sabrá reconocer a los suyos”.
Domingo tenía claro que Dios no quiere la muerte de nadie, sino su vida y su conversión. Y para transmitir la vida, Dios sólo recurre a su Palabra. Tomado de la mano de la Palabra de Dios, Domingo recorría la región discutiendo con los cátaros a los que les ofrecía una interpretación más adecuada de la fe y la vuelta al seno de la Iglesia. Y lo hacía envuelto en amor al prójimo y lleno de compasión, sin arrogancia ni ornatos ni lujos, y contando además con el respaldo del Papa Inocencio III.
Nacido en la localidad burgalesa de Caleruega, fue un castellano tenaz e incansable. Como predicador itinerante, no evita esfuerzos para lograr que una secta recapacite sobre sus errores doctrinales. Los resultados de su empeño, al principio, fueron modestos, pero había encontrado un modo de vida y de transmitir el evangelio que pronto enriquecería a toda la Iglesia católica.
Los dominicos crecían exponencialmente y se dedicaban con empeño a su tarea: el anuncio del Evangelio, presentado con argumentos sólidos y sostenidos por el estudio de la Palabra de Dios, de la teología, las ciencias y la filosofía. Los conventos se extendían por toda Europa, y cuando los europeos nos adentramos en América, Asia y África allí fueron también los frailes predicadores. En el debate de ideas surgido en la Castilla de la época, el evangelio y el pensamiento de santo Tomás de Aquino, ayudó a Francisco de Vitoria a elaborar un pensamiento de defensa de los derechos de las poblaciones nativas.
La llegada de los dominicos a Galicia coincide con los primeros años de la Orden. No parece probable que Santo Domingo llegara a Santiago, pero sí se puede afirmar que sus hijos fundan el convento de Santo Domingo de Bonaval antes de 1228. Junto a él, en pleno S.XIII, se fundan los conventos de Rivadavia, Tui, Lugo, A Coruña, Pontedvedra, Viveiro y Ortigueira. En el S.XIV, dominicas de Santiago, Viveiro y Lugo. En el XVI, Betanzos, Baiona y San Saturnino. En el XVII, Monforte y Ourense. En el XIX, Padrón. En el XX, Vigo y Ferrol.
Alabar, bendecir y predicar será el lema de la Orden de Predicadores en todos los lugares donde pone sus pies. En Santiago, ya desde su inicio, se establece el Estudio General. Lo mismo, con más o menos relieve, se desarrolla en los demás. La importancia que tuvieron los dominicos en Galicia queda reflejada en la historia y en las piedras seculares, algunas en ruinas, que hoy nos hablan de su oración, estudio y predicación.
En el momento presente merece destacar la gran labor parroquial desarrollada en la parroquia del Stmo. Cristo de la Victoria de Vigo, el testimonio de oración contemplativa de las dominicas de Baiona, Viveiro y Belvís, y la labor continuada desde el S.XIII hasta la actualidad en la ciudad herculina (salvo el intervalo de la desamortización). Nuestra tarea en los últimos 60 años ha sido sobre todo la enseñanza en el colegio y la predicación en la iglesia, que cobija además a la Virgen del Rosario, patrona de A Coruña. Hoy somos 11 frailes, que tratamos de ser agradecidos a lo que hemos recibido, y que nos compromete a traspasar la antorcha del evangelio a las generaciones futuras. Nuestro Arzobispo nos entregó nuevamente el pasado 7 de noviembre el báculo de la predicación.
800 años son muchos años. En todo este tiempo Dios ha dado a la Iglesia a través de la Orden de Predicadores grandes teólogos, pensadores, místicos, predicadores destacados, y muchos santos y santas. Somos la Orden que más santos tiene. También en nuestra historia hay páginas menos brillantes, en las que no hemos sabido vivir según el evangelio que compromete nuestra persona.
En la actualidad somos en el mundo casi 6.000 dominicos, que residimos aproximadamente en 600 conventos (en España somos unos 450 frailes). Además de los frailes hay que sumar a las dominicas contemplativas, el pulmón de gracia del trabajo apostólico de la Orden; las religiosas dominicas, las fraternidades laicales y el movimiento juvenil dominicano.
Los Frailes Predicadores queremos ser “testigos para que la Palabra de Dios tenga significado en nuestro mundo”. Tarea enorme que asusta y estremece cuando se piensa, pero recibida como vocación es un don del cielo, una tarea que nos llena de sentido y alegría. En este año los dominicos de la diócesis sólo podemos decir: Gracias, Dios bueno, porque nos has hecho predicadores por vocación. Sabemos que podemos compartir esta acción de gracias con todos los hermanos en la fe de la diócesis de Santiago.
Juan Miguel Equiza
O.P.