Aula Magna

El hombre del tiempo del COVID

1.- ¿Podríamos imaginarnos que alguien provocara la pandemia…?

Cuesta trabajo pensar que alguna persona llegara a querer para la sociedad en general una enfermedad tan desestabilizadora respecto del común de los mortales. Los que buscan identificar al culpable del virus, más bien se quedan en la estimación de que “se les habrá escapado”… Aunque un grupo de personas (¿?) puede ser mucho más cruel de lo que un ser humano pudiera decidir por su cuenta, también es difícil llegar a imaginarse que lo hayan podido provocar, a no ser que no percibieran el alcance de sus consecuencias. Desde luego, no solo los cristianos, sino cualquier persona o grupo que tuviera sentimientos de humanidad, no haría menos que reprobarlo.

 

2.- A la búsqueda de luz en la Biblia

La Biblia dice ya al comienzo que la muerte acució al hombre desde los orígenes, a raíz del pecado de quien había sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Los profetas y otros hombres de Dios exhortaban a los creyentes a no pecar, librándose así del dominio de los pueblos vecinos, y de otros no tan cercanos. Algunos de estos llegaron a llevarlos deportados, como Asiria con el Reino de Israel, y Babilonia con el Reino de Judá. San Pablo deja de hablar de las “naciones” como enemigas del pueblo creyente de Israel. Manifiesta que “Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad”. Dice además que, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia de Dios, que nos ha hecho vivir en Cristo y por Cristo. En esta situación, hemos de renunciar al pecado y dejarnos salvar por nuestro Señor Jesucristo.

 

3.- El valor relativo de los bienes terrenos

Jesús requería de quien deseaba seguirle como discípulo, la venta de sus bienes y la entrega del importe a los pobres. Así aconteció con el joven rico, aunque este renunció a irse con él en esas condiciones, porque tenía muchos bienes. Jesús manifiesta entonces cuán difícil es entrar en el Reino de los Cielos, si se pone la confianza en las riquezas. Por eso en las Bienaventuranzas, Jesús proclama dichosos a quienes tienen espíritu de pobres: los que no se apoyan en sus haberes, sino en el amor a Dios y a los hermanos, poniendo en Dios su confianza.

El Maestro proclama la parábola del Rico Insensato, que San Lucas recoge en su Evangelio. Un hombre, que había recogido una cosecha muy superior a las anteriores, se propone simplemente pasarlo bien. Pero el Señor le pide cuentas de su vida esa misma noche. De ahí que, lo que había almacenado, ¿de quién será? Por lo tanto, más bien que ser rico ante los hombres, procede ser rico ante Dios (Lc 12, 13-21).

 

4.- El pecado de los hombres y los males físicos que han de soportar

San Lucas alude en su Evangelio (13, 1-9) a unos galileos que murieron a manos de Poncio Pilato, y a los aplastados por la torre de Siloé. Jesús se pronunció sobre ellos, diciendo que los muertos no eran más pecadores que los demás por haber acabado así. De todos modos, añade: “Si no os arrepentís, acabaréis todos igual”. Añade, con la imagen de una higuera infructífera en el terreno de un propietario, que el Señor nos concede tiempo para arrepentirnos. Unos y otros somos pecadores; pero el Señor nos concede tiempo para convertirnos y cambiar de vida. Es algo que Jesús proclama de modo perceptible en la parábola de la cizaña sembrada por un enemigo, en medio del trigo que un labrador había plantado. El dueño del terreno los deja hasta el tiempo de la siega, y en ese momento le dará a cada uno –trigo o cizaña- el destino que merezca.

5.- Lo verdaderamente importante, a raíz de la pandemia actual

Ahora procederá hacer frente, de modo efectivo, a las consecuencias de la presencia de ese virus, en nuestra salud, economía, humanidad y vida espiritual.

La gente más sencilla se ha dado cuenta de lo que ha tenido que soportar en este proceso de desescalada: la situación de incapacidad para hacer frente al virus, al no disponer de los medios sanitarios oportunos; la privación de libertad, al estar sometidos a un confinamiento no esperado; la soledad de tantas personas, abocadas a un confinamiento hasta entonces desconocido; la pobreza provocada; y la limitación de la libertad religiosa, pues, aunque se permitía salir de casa para diversos cometidos, entre ellos no se encontraba el de asistir a las celebraciones litúrgicas, con lo cual se podía escuchar la palabra de Dios, pero se impedía el encuentro con Jesucristo en la Eucaristía.

De todos modos, el hombre occidental ha podido sacar fruto de esta triste situación. En primer lugar, habrá acrecentado el sentido de solidaridad; habrá tomado conciencia de la necesidad de relacionarse unos y otros; de que es necesario preocuparse de los ancianos, sin conformarse con llevarlos a las residencias; y que hay que agradecer a las personas dedicadas directamente a la sanidad, a los custodios del orden y a los que limpian los locales, el servicio que realizan. Mucha gente de a pie, ha agasajado a esos semejantes en diversos momentos del día. ¿No cree el lector que hemos ganado algo en humanidad, durante el tiempo de confinamiento? Esperemos que continúe.

En lo que respecta al creyente, se habrá dado cuenta de que no basta asistir a Misa por cumplir con el precepto, sino que es preciso vivir lo que se celebra, con sentido comunitario, sintiéndose miembros del Cuerpo de Cristo, que recibimos en comunión. Incluso se ha vuelto a valorar el sacerdocio y la vivencia de la fe en familia.

 

6.- El cristiano del tiempo del Covid 19, a la luz de la doctrina paulina

La fe es necesaria para agradar a Dios, mientras que el hombre no puede salvarse por el cumplimiento de la Ley Mosaica. En un ambiente helenista, San Pablo llama a los judíos a reconocer en Jesús de Nazaret al Mesías anunciado en las Sagradas Escrituras, e intima a los paganos su condición de miembros de un Cuerpo que tiene a Jesucristo como Cabeza.

En los últimos tiempos de este mundo de procedencia judía, hemos ido adaptándonos a algunos preceptos de la Ley mosaica, y a unas normas establecidas por algunos dirigentes de una sociedad surgida de la revolución industrial. Los gobernantes y el hombre medio del Occidente tenían tal sentido de autosuficiencia, que no creían necesitar de nadie, ni siquiera de Dios. Con esa idea considerábamos que nadie podía retraernos de lo que nos pertenecía. Hemos ido acostumbrándonos a vivir sin Dios, apoyados en los bienes que poseíamos, aunque en realidad estos procedían de Él, que “hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos y pecadores”. A raíz de la inseguridad provocada por el Covid 19, empezamos a sentirnos necesitados, a la vez que aumentaba nuestra confianza en que nuestro futuro abarca el más allá, y se encuentra en manos de Dios, que es el más interesado en la salvación del ser humano.

 

José Fernández Lago
Canónigo