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Benedictinas: La perenne actualidad del “hora et labora”

San Paio de Antealtares, originariamente monasterio de monjes bajo la advocación de San Pedro, fue el primer cenobio en Compostela. Su comunidad formó parte esencial desde la Alta Edad Media del núcleo devocional y cultural del “Locus Santi Jacobi”. Comenzó su andadura en en el siglo IX promomido por Alfonso II de Asturias, el Casto, quien hizo venir a doce monjes benedictinos encomendándoles la custodia de las reliquias del Apóstol. Su labor se centró en el cuidado del Altar del Apóstol, el servicio litúrgico y la atención de los primeros peregrinos. Entre sus abades figuran dos santos: Pedro de Mezonzo y Fagildo. Al parecer, a mediados del siglo XII, el niño mártir gallego San Pelayo relevó a San Pedro en la titularidad del monasterio.

A finales del siglo XV la vida monástica de Antealtares fue decayendo. Con la reforma de los Reyes Católicos los monjes de San Pelayo pasaron a pertenecer a San Martín Pinario. Poco después, en 1499, Fray Rodrigo de Valencia, prior de San Benito de Valladolid y Reformador General, por mandato de los Reyes Católicos unió a todas las benedictinas gallegas (14 prioratos), y trajo de Castilla como abadesa a Dña. Beatriz de Acuña y a un grupo de monjas observantes. De este modo se convirtió este monasterio en el centro de la reforma de los Monasterios femeninos de la Orden en Galicia.

La comunidad de monjas benedictinas consagra a Dios su vida en el seno de la Iglesia Católica. Su norma de vida es el Evangelio según la Regla de san Benito, que conforma un verdadero programa de vida espiritual. Su vida se cimenta en tres pilares: El Oficio Divino (es la oración oficial de la Iglesia, en la que Dios habla a su Pueblo y éste le responde con el canto y la alabanza y cuyo culmen es la Eucaristía, en torno a la que se articulan los siete momentos de oración que santifican el curso del día). La Lectio Divina (“lectura (de las cosas) de Dios”. Es una lectura orante de la Biblia en la que a través del texto se entabla un diálogo personal con Dios. Es el corazón de la tradición espiritual benedictina). Y el trabajo (ocupa el resto de la jornada).

Dada la proximidad de un nuevo Año Santo Compostelano, conviene citar un elemento de pura tradición jacobea, cobijado en este cenobio: el “Ara de Antealtares”; también denominada “Altar del Apóstol”. Todo parece indicar que, al construirse la primera iglesia sobre el sepulcro de Santiago (s.IX), se utilizó como altar un ara funeraria de mármol de origen romano. Se habría situado a un nivel por encima del sepulcro apostólico (la cripta actual), utilizándose hasta las reformas acometidas en el Templo por el obispo Diego Gelmírez (s.XII). A partir de ahí, dicho altar se habría trasladado al monasterio benedictino. Junto al Pedrón (situado en la Iglesia de Santiago de Padrón) y la lauda sepulcral del obispo Teodomiro, el Ara de Antealtares forma parte de ese trío de símbolos vivos del acervo jacobeo; la Tradición le atribuye el honor de haber sido erigido por los discípulos de Santiago.

 

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