El día 30 de diciembre la Catedral de Santiago, y toda la diócesis con ella, celebra la solemnidad de la Traslación del Apóstol Santiago. De todos es conocida la antigua tradición que nos cuenta cómo el cuerpo de Santiago el Mayor, después de sufrir el martirio el primero entre los apóstoles, fue recuperado por dos de sus discípulos, conducido a una barca en Jafa y desde la costa Palestina, con la ayuda de Dios, la barca arribó al puerto de la villa romana de Iria Flavia. Desde allí lo llevaron una jornada río arriba, y después de enfrentarse a antiguas creencias y supersticiones paganas, su cuerpo fue depositado en un antiguo mausoleo o templo pagano cristianizado, donde después descansarían a su lado los cuerpos de esos dos discípulos, Teodoro y Atanasio.
El Códice Calixtino recoge esta tradición a mediados del siglo XII, y el texto de la llamada “Epístola o Carta del papa León”, atribuida al papa León III, contemporáneo de Carlomagno, a comienzos del siglo IX. Es una breve narración de mediados de ese siglo, la época del descubrimiento de la Tumba de Santiago, llamada “inventio” o hallazgo, del latín “invenire”: descubrir, encontrar. El Códice Calixtino enriquece la narración con los conocidos detalles de la reina Lupa, el dragón y el Monte Ilicinio, llamado después monte o “Pico Sacro”, que a las puertas orientales de Santiago domina los meandros del río Ulla, y otras aventuras más allá del Tambre y A Ponte Maceira.
Como procede con los relatos y leyendas que acompañan a las tradiciones históricas, las hemos seguido contando y narrando para perpetuar la memoria de nuestras raíces y continuar adelante en nuestra particular lucha por el Evangelio en nuestras tierras en el extremo Occidente. Pero la fecha del 30 de diciembre ha sido relegada a un recuerdo local, frente al 25 de julio, mientras que las peregrinaciones a Santiago, y el relato apostólico, han seguido moviendo a miles de peregrinos durante más de mil años. No han perdido, sino ganado vitalidad y actualidad en nuestros tiempos más secularizados, pero necesitados de ese faro luciente donde se pone el Sol para Occidente, el apóstol Santiago.
Cuando las peregrinaciones alcanzan su máximo apogeo medieval en el siglo XII y se recopila el Códice Calixtino, ambas fechas llenan el libro con sermones, oraciones, cánticos y liturgia para ambas celebraciones, sus vigilias previas, y sus octavas posteriores. El 25 de julio era la fecha del calendario romano, que se iba extendiendo y unificando todas las Iglesias occidentales. El 30 de diciembre era la fecha de los calendarios litúrgicos propios de hispania desde muchos siglos antes. Cuando se estudian las celebraciones más antiguas de las iglesias hispano-portuguesas, y nos encontramos a tantos mártires y santos de los primeros siglos que dan nombre a nuestras parroquias, a su lado aparece Santiago el Mayor celebrado el 30 de diciembre. En la mayor parte de los antiguos calendarios y martirologios europeos se celebra el 25 de julio. En uno de los más antiguos constatamos el descubrimiento de la Tumba de Santiago como un hecho de relevancia europea, cuando apenas dos décadas después de ésta, un escriba medieval copia esa fecha y añade, allá por el año 835, que la tumba del Zebedeo se venera en el extremo occidente con gran concurrencia de peregrinos. Ya entonces empieza a popularizarse, con los peregrinos europeos y después la extrecha relación de Santiago y Roma, Gelmírez y Calixto II, esa fecha del 25 de julio.
Al componerse el Códice Calixtino recogen las dos fechas. Se explica cómo realmente Santiago fue martirizado como Cristo, en la proximidad de la Pascua judía, y debería celebrarse su martirio el 25 de marzo, siendo el 25 de julio la traslación de Iria a Compostela y el 30 de diciembre su sepultura solemne, cuadrando así las tres fechas. Celebramos su martirio el 25 de julio porque en Pascua no podríamos, y el 30 de diciembre en cambio su traslación.
Pero el conocimiento cada vez mejor de otras tradiciones litúrgicas no occidentales, de las antiquísimas y ricas iglesias orientales, y no sólo bizantinas, también ha enriquecido el estudio jacobeo. Se conocía de antiguo la devoción de los armenos a Santiago el Mayor, sobre todo en Jerusalén, con la iglesia armena donde fue decapitado el Zebedeo y donde residía Santiago el primer obispo de la ciudad santa. Pero el estudio de los calendarios litúrgicos siríacos, palestinos y armenos ha revelado que ya ellos, antes de descubrirse la tumba de Santiago en Occidente, celebraban a los apóstoles Santiago y Juan, los hermanos zebedeos, y a los grandes Pedro y Pablo, justo después de la fiesta de la Navidad, en que Cristo y el rey David compartían fecha. Lo hacían independientemente de nuestras iglesias mozárabes, que lo celebraban el 30 de diciembre. De esta forma las grandes figuras de la encarnación y el judaísmo: David, los Inocentes, y el nacimiento del Mesías, eran seguidas del recuerdo de los grandes apóstoles: Pedro y Pablo, Santiago y Juan. La fiesta de Santiago el Mayor la celebraban los cristianos palestinos lo mismo que los mozárabes hispanos, entre el 29 y 30 de diciembre. Coincidencia que une de nuevo el culto jacobeo occidental con Tierra Santa. A quien sorprenda que los restos de Santiago viajasen al extremo del mundo, recuerde que lo celebramos aún hoy en la misma fecha en Occidente que Oriente, donde brilló la luz de Dios en Belén y Jerusalén, y donde el Apóstol alumbra con su luz el Ocaso del Sol. Una vez más todo lo que habla a jacobeo y peregrinaciones es global, universal, “católico” en su más genuino sentido, también hoy, “ecuménico”.
Francisco J. Buide del Real
Archivo-Biblioteca de la Catedral