Se cuenta que un día el párroco de una parroquia rural estaba tratando de explicar a sus feligreses el nuevo encargo episcopal de unas parroquias del entorno por el fallecimiento del que había sido su pastor. Esto iba a suponer el reajuste de horarios y la reducción del culto en la mayoría de las que atendía. Fue entonces cuando una feligresa se puso en pie y le preguntó: “¿Pero bueno, es que el gobierno no va a mandar más curas?”. Ignoro cuánta gente sonrió, pero el hecho nos sirve como ejemplo de una peligrosa simplificación del problema pastoral. No caigamos en el mismo error reduciéndolo a la disminución del número de sacerdotes. La problemática es, sin duda, mucho más amplia y compleja.
El Sínodo diocesano 2016-2017 ha estudiado la situación de nuestra Iglesia particular de Santiago de Compostela, ha puesto sobre la mesa una amplia problemática y también una serie de propuestas para responder a ella. En concreto, el documento final, en comunión con lo que la Iglesia universal y, en particular el Papa Francisco nos viene reclamando (cf. EG 33), aboga por una renovación pastoral. Esta renovación vendrá de la mano de la cualificación de los sujetos personales y comunitarios de la evangelización, de la mejora del estilo pastoral, de la renovación de la parroquia, y de la creación de una nueva estructura que llamaremos Unidad pastoral. Veamos de qué se trata, a qué necesidades responde, el procedimiento a seguir en su implantación, etc.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de una Unidad Pastoral (Upa)? El documento final del Sínodo la define como “realidad intermedia entre el arciprestazgo y la parroquia”, como “una comunidad de fieles, antes que una realidad territorial, una agrupación de parroquias que conservan sus derechos y deberes, encomendada a un párroco o a un grupo sacerdotal, que se unen con vistas a la ayuda mutua y a la acción común”.
¿Qué fines persigue? Como realidad eclesial, la Upa comparte la misión de la Iglesia: la evangelización. Como decía el beato Pablo VI, “la Iglesia existe para evangelizar” (EN 14). Y, como dice el Papa Francisco, “evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios” (EG 176). Este es también el fin propio de la comunidad eclesial más cercana a los fieles que es la parroquia. En el momento presente, sin embargo, y en muchos puntos de nuestra geografía diocesana, esta institución eclesial se topa con graves dificultades. Me refiero, sobre todo, a pequeñas parroquias incapaces de constituir una auténtica comunidad confesante, celebrante y comprometida. Pequeñas parroquias que han de compartir el sacerdote con otras muchas del entorno, que carecen del ministerio propio de los catequistas, lectores, acólitos, voluntarios de Cáritas, etc. Esta escasez del sujeto evangelizador reclama la constitución de la nueva realidad pastoral de la que venimos hablando.
El segundo fin que persigue la Upa es la profundización en la comunión eclesial. La Iglesia se define como comunión para la misión. El papa san Juan Pablo II, al comienzo del tercer milenio, nos recordaba esta tarea de “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43). Desgraciadamente, sin embargo, nos falta mucho camino por recorrer. Es notable entre nosotros el parroquialismo que exagera la importancia de la propia parroquia, dejando de lado su naturaleza de célula de un cuerpo mayor que es la Iglesia. Como reconoce el Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos, las Upas pueden ayudar a “promover formas de colaboración orgánica entre parroquias limítrofes” (n. 215).
Cada bautizado, individualmente, está llamado a evangelizar. Pero la evangelización tiene como sujeto principal a toda la comunidad. El clericalismo en nuestra Iglesia ha sobredimensionado la acción del sacerdote, en detrimento de la colaboración de los ministerios laicales. Las Upas –nos recuerda también el Sínodo- “nos brindarán… la oportunidad de desarrollar la vida religiosa y los ministerios laicales y su colaboración en la evangelización”.
La comunión no puede ser meramente espiritual, sino que ha de poner en ejercicio así mismo la corresponsabilidad a través de estructuras participativas; “para ello –dice s. Juan Pablo II- se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el Derecho canónico…” (NMI 45). Entre ellos, el Santo Padre cita a los consejos pastorales, fundamentales en la nueva estructura pastoral.
Finalmente, las Upas harán más patente en cada lugar a la Iglesia de Cristo con toda la riqueza que aportan las fraternidades sacerdotales y los equipos apostólicos formados por los distintos ministerios y carismas (cf. PO 9).
¿Cuál va a ser el procedimiento a seguir para su implantación? Próximamente se van a fijar las sedes o parroquias centrales y las que las acompañarán en cada Upa teniendo en cuenta criterios de capacidad de acción pastoral, de vida comunitaria, criterios demográficos, de accesibilidad a la sede, etc. Posteriormente se formarán equipos de evangelización en cada Upa. Estos equipos formados por sacerdotes, religiosos/as y seglares, recibirán una adecuada formación y serán los protagonistas en el diseño y la implementación de un plan inicial de evangelización para la Upa porque para quien no sabe a dónde va, ningún viento es favorable.
<<Vamos a la otra orilla>> (Mc 4, 35). Después de haber estado todo el día predicando, ya al atardecer, cuando el cuerpo le pedía descanso, Jesús invitó a sus discípulos a soltar amarras y a navegar hasta la otra orilla, tierra de paganos, para anunciar allí el evangelio de Dios. En la travesía se levantó una tormenta y la barca parecía ir a pique. Mientras, Jesús dormía ante el asombro de los desesperados discípulos. Cuando le despertaron, el Señor les echó en cara su cobardía y su falta de fe.
La renovación pastoral es una decisión valiente y confiada, es echarse a la mar sabiendo que las dificultades nos van a zarandear. Sería más cómodo dejar la barca amarrada al puerto y conservar lo que tenemos. Pero el Señor nos pide arriesgar, nos invita a ir al encuentro del indiferente, del alejado, del que no conoce a Dios. También el Papa Francisco nos invita a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias…” (EG 20).
Poner en marcha la nueva estructura de la Upa es apostar por el riesgo y la confianza en Dios, creyendo que facilitaremos con ello una pastoral más evangelizadora, comunitaria y testimonial. El riesgo merecerá la pena: el Señor navega con nosotros y nos guiará a buen puerto.
+ Jesús Fernández González
Obispo auxiliar de Santiago de Compostela