«A santo Domingo y sus primeros frailes les gustaba recitar de rodillas el Ave María, costumbre que se remonta al siglo XI”, nos cuenta historiador dominico Guy Bedouelle.
Al margen de las discusiones sobre el fundador y la forma en que llega a nosotros, merece la pena resaltar el auge de la devoción mariana desde el siglo XII con recitación alterna de padrenuestros y avemarías, no exclusivo de los dominicos, pero sí muy arraigado y popularizado por ellos. Así aparecen pronto expresiones como salterio de María, chapelet, corona y rosario, siendo esta última prevalente en el futuro. L. Galmés, que ofrece este proceso: siglo XIII (inicio), XIV-XVII (formación definitiva); XIX (entorpecimiento de la predicación), XX (recuperación y aval de los Papas). Otro factor a considerar es la división en tres partes y quince misterios, que recuerda los ciento cincuenta salmos del salterio, hasta la reciente ampliación introducida por el papa Juan Pablo II.
Según la leyenda, la Virgen María se apareció a Domingo de Guzmán, en 1208 en una capilla de Prulla, sosteniendo un rosario en la mano y enseñándole a recitarlo como ayuda para convertir albigenses. Será el dominico bretón fray Alain de la Roche (1428-1475) quien consigue popularizar esta devoción.
El rosario, hasta llegar a la forma actual, debió seguir un proceso lento. Los monjes tenían como base de su oración continua el rezo de los 150 salmos, con las lecturas bíblicas y los comentarios de los Santos Padres. El pueblo llano no tenía acceso a este tipo de oración, por lo que, paralelamente, se fue conformando una oración más sencilla, manteniendo el mismo esquema con la recitación de las 150 avemarías, intercalando el padrenuestro en cada grupo de 10, y meditando los misterios de la vida de Jesús, tal como los veían representados en los pórticos y capiteles de las iglesias. La primera representación gráfica completa que tenemos de ellos es la del dominico español Francisco Doménech (1488), en una xilografía con el título “La Virgen y los Misterios del Rosario”, que exhibe en la parte central la efigie de la Virgen María rodeada por las escenas de los misterios, con santos dominicos, portando cada uno en sus manos el “contador de cuentas”, también llamado “contador de oraciones” o “pasador de cuentas”. Estos artilugios eran “instrumentos” que con anterioridad habían acompañado a esculturas medievales.
A partir de ese momento se suceden los pintores que representan a la Virgen María con el Niño, ofreciendo el rosario, o coronas de rosas, a la devoción de los fieles. Por nombrar algunos, cabe citar en primer lugar a Durero, y después a los artistas españoles Zurbarán, Murillo, Claudio Coello…, al mismo tiempo que los extranjeros Van Orley, Caravaggio… Será durante el siglo XVII cuando la representación de la Virgen del Rosario alcance su punto culminante, tanto en esculturas como en pinturas, incorporando con frecuencia la compañía de Santo Domingo o Santa Catalina, dentro del estilo barroco, dominante en estos años.
No podemos pasar por alto la gran importancia que tuvo en su difusión el papa dominico san Pío V (1566-1572) quien, el 17 de septiembre de 1569, por la bula Consueverunt Romani Pontifices canta las excelencias del Rosario con estas palabras: “Movido por este ejemplo, el bienaventurado Domingo… tratando de hallar una manera fácil y piadosa, de orar y rezar a Dios, descubrió y difundió… el Rosario. se venera a la Santísima Virgen…, con algunas meditaciones sobre la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Los discípulos de Santo Domingo… divulgaron este modo de orar…; comenzaron los cristianos a tener fervor mediante estas meditaciones, inflamados por estas plegarias se convirtieron en hombres nuevos, abandonando las tinieblas de los herejes y abriéndose a la luz de la fe católica”.
Una curiosidad, muestra de la popularidad de esta devoción, la encontramos en nuestro insigne Miguel de Cervantes, que debió ser gran conocedor y rezador del rosario, ya que en dos ocasiones, en que muestra a Don Quijote en oración, lo hace nombrando el rosario. En el cap. XXVI, cuando está haciendo oración y penitencia por su Dulcinea en Sierra Morena, se pregunta, “¿y con qué voy a hacer un rosario si no lo tengo? En esto se le ocurrió cómo lo haría. Rasgó una gran tira de las faldas de la camisa y le hizo once nudos, el del padrenuestro más gordo, y esto le sirvió de rosario, en el que rezó un millón de avemarías”. En el cap. XLVI de la 2ª parte, dice que al levantarse “dejó las blandas plumas y nada perezoso se vistió… se calzó…, colgó de sus hombros el tahalí con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que siempre llevaba consigo…”.
Por toda Galicia fue grande la difusión del rosario, a través de los más de 20 conventos de dominicos y dominicas en sus principales ciudades (Santiago, Rivadavia, Tui, Lugo, A Coruña, Pontevedra, Viveiro, Ortigueira, Betanzos, Baiona, San Saturnino, Monforte, Ourense, Padrón, Ferrol y Vigo). En el panorama asociativo y devocional de la Orden Dominicana, desde el siglo XV, ocupa un lugar preferente la predicación del Rosario, mediante la explicación de sus misterios, y centro del culto vespertino en la mayoría de las iglesias, hasta convertirse en el apostolado con mayor eco entre los fieles cristianos, “porque contempla los misterios divinos, pide gracias y tercia por los trabajos del prójimo, tomando como abogada a la Princesa del Cielo”.
Asimismo surgen desde el s. XV las cofradías del Rosario, con la doble finalidad de ofrecer mutuas prestaciones sociales materiales y espirituales. Un ejemplo de los últimos tiempos cercanos son los 7.000 socios que llegó a tener la cofradía de Padrón. El patronazgo de la Virgen del Rosario en A Coruña. Las vistosas procesiones, como manifestación pública de la expresión popular por toda la geografía gallega. El rosario de la aurora. La colocación de un rosario a toda imagen de la Virgen María.
Si después de todo lo dicho, algún dominico inflara su pecho como el artífice de esta oración, cometería un grave error. Los verdaderos protagonistas fueron todas las parroquias con sus fieles, que han sido, no sólo el campo bien abonado, sino los sembradores activos de esta devoción, que allana el camino hacia Dios.
Juan Miguel Equiza
O.P.
Foto: turgalicia.es