Vivir la fe

La apertura de la Puerta Santa

fdezlagoEl Año Santo de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco, ha provocado la apertura de una puerta que debería estar cerrada hasta el 31 de diciembre de 2020, en razón del Año Santo Compostelano. Sin embargo, merced a ese Año Santo Extraordinario, convocado por el Pontífice actual, se abrirá la puerta, para acoger a todos, pues unos y otros tienen cabida en el corazón de Dios.

1.- Una puerta abierta: llamada y acogida

La apertura de una puerta siempre tiene un colorido atrayente para cuantos la ven desde afuera. Ya en el Evangelio según San Juan aparece Cristo como “la puerta” del redil de las ovejas. Respecto de las ovejas de ese aprisco, el Papa no se cansa de proclamar hoy a los cuatro vientos la necesidad que tenemos de salir, para dirigirnos a las periferias existenciales y llamar al encuentro con Dios a aquellos que no le han conocido nunca, o que, habiendo estado cerca de Él, después se han alejado. De ese modo, prosigue Jesús en el referido Evangelio, las ovejas de uno y otro aprisco constituirán un solo rebaño, bajo un solo Pastor. El anuncio del Evangelio o la llamada al reencuentro con Dios, ha de ser también motivo de alegría para el evangelizador que vive su fe, y es, al mismo tiempo, una expresión de agradecimiento al Señor por ese don que nos ha concedido a los creyentes.

La apertura de la Puerta del Perdón, a lo largo de todo el Año Santo de la Misericordia, es más que nada un signo de acogida. No quiere ello decir que sea necesario entrar por esa puerta para lograr las indulgencias que la Iglesia nos ofrece. Una prueba de que no es algo imprescindible, es que, desde el siglo XII ha habido Jubileo en Santiago de Compostela, y tendrían que pasar seiscientos años para que se llegara a construir esa puerta, que conocemos como La Puerta Santa de la Catedral. Sin embargo los signos son siempre importantes en la vida de la persona; y, como acabamos de afirmar, la puerta abierta es signo de acogida y de gozo por el encuentro.

2) El Año Santo de la Misericordia

La tonalidad de este Año Santo, que comenzará el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y concluirá el 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Cristo Rey, es de celebración de la Misericordia de Dios, que ama al hombre y le llama a la vida. De acuerdo con el pensamiento de San Pablo, recogido en los Escritos Sagrados, la prueba incontestable del amor de Dios respecto del hombre radica en que, “siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros: ¡cuánto más hará Dios con nosotros ahora, al haber sido reconciliados por su sangre!” (Rom 5, 8-9).

Pero, si bien es verdad, que lo más importante de todo es que Dios, mirando a su Hijo, que murió por nosotros, abre sus brazos para reconciliarnos y acogernos, ello no implica que el hombre no tenga que dar pasos hacia delante cuando siente la llamada de Dios. Más bien, al escuchar al Señor, ha de convertirse (Francisco, Misericordiae Vultus 9): debe recorrer el camino contrario al que hizo al alejarse de Dios o al que recorría cuando no conocía al Señor. Ese camino requiere ponerse en manos de Dios, para dejar que Él purifique nuestro corazón y nuestra vida, de modo que en adelante se deje conducir por el Espíritu Santo. Por otra parte, quien experimenta el amor de Dios, que nos ama y nos perdona, ha de estar dispuesto a amar a los demás con ese amor recibido de Dios. El hombre que busca el perdón y la misericordia de Dios, ha de estar dispuesto a perdonar las ofensas de sus hermanos, condición en la que uno se apoya cuando reza el Padrenuestro (Francisco, Misericordiae Vultus 9).

El camino de misericordia que se ha ido señalando en la tradición cristiana, se concretaba en tiempos bastante recientes en dos series de siete “Obras de Misericordia”, siempre actualizables, de acuerdo con el momento histórico que nos toque vivir. Unas obras son de tipo espiritual y otras más bien corporales. Estas últimas son: Visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, redimir al cautivo, vestir al desnudo, dar posada al peregrino y enterrar a los muertos. Las espirituales son: Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos y rogar a Dios por los vivos y los difuntos (Francisco, Misericordiae Vultus, 15).

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3.- El Año Santo de la Misericordia en la Catedral de Santiago

El Año Santo de la Misericordia se distingue del Año Santo Compostelano en que no es exclusiva de la Diócesis de Santiago, sino que tendrá lugar en todas las Diócesis del mundo. Así pues, se puede conseguir la gracia jubilar en cualquiera de las catedrales católicas, sean de la nación que sean.

Aunque el referido Año Santo comienza en la Iglesia el día 8 de diciembre, cuando Su Santidad el Papa Francisco abrirá la Puerta de la Basílica de San Pedro, sin embargo en Santiago, como en las otras Basílicas Romanas y en las Catedrales del mundo entero, se abrirá la Puerta el día 13 de diciembre, Domingo 3º de Adviento.

En la apertura se tendrá en cuenta para significarlo de modo simbólico, lo que es la salida del predicador del evangelio en busca de quienes se encuentran fuera del templo, para ofrecerle, cuando está dentro de la Casa de Dios, los sacramentos de la vida, y en concreto el de la Penitencia, en orden a la reconciliación, para alcanzar, con la absolución sacramental, la paz del espíritu.

En lo que respecta a los que acceden a ese encuentro con Dios, para lograr la gracia jubilar deberán confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa. Así, como miembros de esa Iglesia -a la que Jesús encomendó su palabra y los sacramentos- recibirán de Cristo, que es cabeza de ese Cuerpo, la savia vivificadora que hace de nosotros sarmientos vivos de la viña del Señor.

4.- Un año de Gracia

En esos términos se expresa San Pablo, haciendo referencia a los Evangelios (cf Lc 4, 18-19) y al libro de Isaías (61, 1-2): el Señor quiere llamar y acoger a los cautivos y a los de corazón contrito, para dispensarles su amor. No echemos en saco roto la gracia de Dios (2Cor 6, 1-2). En el “hoy” del Año Santo el Señor nos bendice con su Gracia, pues ha llegado el tiempo de la salvación.

José Fernández Lago
Canónigo lectoral y profesor emérito del ITC