Arzobispo

Vivir la Semana Santa como seguidores de Jesús y no solo como meros espectadores

En el reciente pregón de nuestra Semana Santa compostelana, teníamos la oportunidad de reflexionar, gracias a las aportaciones de su autor, sobre la importancia de las manifestaciones de la religiosidad popular: en ellas encontramos la expresión plástica de una fe que se mantiene viva en tradiciones para manifestar eso que llamamos “misterio”.

En las lecturas de la Eucaristía del Viernes de Dolores, prólogo sin duda de la Semana Santa, escuchamos palabras de esperanza, de confianza plena en el designio salvífico de Dios. Efectivamente, el sacrificio de Jesús, entregado a quienes le habían considerado su “enemigo”, sería absurdo si no se viese culminado, plenificado, por la Resurrección. El misterio pascual solo se entiende a la luz de la glorificación del Hijo que, libremente, se ha entregado por nosotros.

Así pues, la cruz no es un fracaso sino una victoria chocante. Vivir la muerte de Jesús conlleva vivir la muerte desde la fe que nos aporta esperanza  y sosiego. De ahí que las expresiones populares de nuestra fe, de tanta tradición y hondura en nuestra Archidiócesis, y con tanto arraigo ya en Santiago, esas procesiones que recorren nuestras rúas y plazas, mantienen vivo su poder de convocatoria como manifestaciones de esperanza pascual, de alba de Domingo de Resurrección. Esos pasos y esas cofradías expresan en artística armonía una teología popular que, como el maestro Mateo en su Pórtico de la Gloria, pone rostro a lo inefable.

Hace poco, recordaba que en la ciudad alemana de Münster, muy castigada en la II Guerra Mundial por los bombardeos, la destrucción provocó que la talla de un Cristo quedase sin brazos. Al reconstruirse el templo, se decidió no restaurar el Cristo y dejarle sin brazos. A su lado, una oración explica el porqué de esta decisión: “Cristo no tiene manos, solo tiene nuestras manos para hacer hoy su trabajo…”.

La Semana Santa no es, en efecto, el reconcentrarse en el “dolorismo”. Es prestar nuestros brazos, como hacen los cofrades, para acercar a Cristo a quien lo espera todavía sin saberlo.

Y es que, “el Hijo de Dios sigue sufriendo cuando no acompañamos al que sufre, cuando acusamos injustamente a los que denuncian nuestra pasividad y conformismo, cuando no defendemos la causa de la justicia por miedo a las consecuencias que pueda traernos, cuando nos inhibimos ante la defensa de la verdad, cuando miramos a otro lado distinto de donde están los descartados de nuestra sociedad, cuando nos confiamos a nuestra autosuficiencia”. De ahí, que la mejor invitación que se puede hacer es aquella de vivir “la Semana Santa como seguidores de Jesús y no como meros espectadores”.

 

+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago
de Compostela