Uno de los himnos de este tiempo de Adviento dice “abrid vuestras puertas, ciudades de paz, que el Rey de la gloria ya pronto vendrá; abrid corazones, hermanos, cantad que vuestra esperanza cumplida será”. Ocasiones hay en que las palabras quedan cortas para expresar lo inefable, aquello que asombra hasta sentir que es mejor la contemplación que la expresión. Nos ocurre con frecuencia, por otra parte, que el paso de los distintos tiempos del año discurre con una cierta monotonía que nos impide apreciar la singularidad de cada etapa, de cada mes. El autor de ese himno del Oficio de Lecturas nos sitúa en el horizonte vital esencial: apela a nuestros corazones, que no es lo mismo que al mero sentimentalismo; invita a cantar, que no es simple divertimento; anima a abrir nuestras puertas a la esperanza, que no es fugaz ilusión.
Y ciertamente el Adviento es prólogo de la Navidad, pórtico precioso para contemplar y adorar al Dios que viene, al Dios que se acerca, al Dios que tiende la mano para levantar al hombre de la rutina, de la pereza y del desánimo. El Dios que se encarna es todo corazón, es melodía alegre, esperanza cumplida… Es misericordia encarnada.
El papa Francisco nos ha recordado en su bula de convocatoria del Año de la Misericordia que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico en misericordia (Ef 2,4) […] no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la plenitud del tiempo (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor”.
Dios quiere entablar con cada hombre un diálogo “cordial”, una charla de amigo a amigo, con la escucha asegurada de su parte y con la intención por la nuestra de abrir nuestros oídos a su palabra esperanzadora y misericordiosa. Es un diálogo que Dios abre con el envío de su Hijo y que cierra con el abrazo amoroso a nuestra debilidad.
Que los momentos actuales no sean fáciles no ha de ser obstáculo para que los cristianos vivamos sin temor. En nuestra vida no deben caber “los miedos, los pesimismos, las desconfianzas, las tibiezas y los egoísmos”. ¡Dios está en camino, viene a nuestro encuentro! Es la esperanza del Adviento, es la certeza del Año de la Misericordia, es la seguridad de la próxima Navidad.
En el mismo himno rezamos “ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor, los hombres hermanos esperan tu voz, tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor. Ven pronto, Mesías, sé Dios salvador”. Y, con el mismo cariño que preparamos en los hogares la corona de Adviento, el Belén y la fiesta familiar, “la preparación espiritual para la celebración de la Navidad nos ayudará a limpiar los ojos de nuestra alma y de nuestro corazón, confrontándonos con la Palabra de Dios, y viviendo la conversión con la participación en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía “en la que el Misterio se hace presente y llena de sentido y de belleza toda nuestra existencia”.
Navidad es dejarse encontrar por Dios. Y es sentir que “el consumismo no es respuesta a nuestro vacío espiritual”. Y no olvidar “que hay hogares con graves problemas económicos, que muchas personas se ven afectadas por la precariedad en ámbitos como la vivienda y la salud, y que no pocos jóvenes son considerados como “generación hipotecada” al no contar con la posibilidad de un empleo”. Navidad es reflexionar que “hay mucha gente que no tiene lugar en la posada de nuestra sociedad. Con todos ellos hemos de vivir la Navidad, ayudándoles con nuestra colaboración económica y llevándoles la Luz que brilló en Belén”.
Navidad es dejarse encontrar por Dios para que nosotros nos encontremos con quien todavía no le conoce y le hagamos saber que nos ha nacido “un salvador, el Mesías, el Señor”.
¡Feliz Navidad!
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela