Arzobispo

Un curso más

Acabamos de comenzar un nuevo curso y poco a poco vamos adquiriendo el ritmo de trabajo que sólo dan el amor a las cosas bien hechas y la rutina creativamente aceptada. El comienzo de algo nuevo suele provocarnos algo de ansiedad por las dudas de no saber estar a la altura de lo que se nos exige. Pero al mismo tiempo, la novedad  despierta en nosotros el entusiasmo ante un camino nunca recorrido, el deseo de triunfar ante un reto que pone a prueba nuestras capacidades. Ese mismo sentimiento de gozo interior es el que experimenta el pecador reconciliado. A través del sacramento de la penitencia comenzamos de nuevo nuestra andadura de creyentes siempre en proceso de conversión.

Del mismo modo que cuando participamos en la Eucaristía, lugar privilegiado de encuentro con Dios y con los hermanos. En la Eucaristía “tocamos” al Hijo, que se nos hace presente de un modo inefable y nos invita a compartir su carne y su sangre para retomar el trabajo inacabable de esparcir su Evangelio por todos los rincones del mundo. Por eso el lema este segundo año del vigente Programa Pastoral Diocesano es “sentándose a la mesa con ellos” (Lc 24,30), en referencia al pasaje de los discípulos de Emaús, que reconocen al Cristo resucitado cuando “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando”. Al contacto con el Maestro, los discípulos se llenaron de nuevo de energía. Los recorrió una fuerza interior tan poderosa que no pudieron permanecer ociosos. Antes al contrario, la Escritura nos dice claramente que  “su corazón ardía”. No podían seguir sentados, así que “levantándose en aquel momento” volvieron a su quehacer misionero con energías renovadas. Así debemos abordar los cristianos todo comienzo.

También iniciamos este año el segundo curso de otro de los proyectos fundamentales para la vida de nuestra archidiócesis: la Escuela de Agentes de Pastoral, en la que el año pasado participaron más de mil personas. Confiamos en que perseveren en su formación por el bien de la Iglesia diocesana, siempre necesitada de laicos formados y comprometidos con la Misión común. Será especialmente interesante la reflexión que se haga en las distintas escuelas sobre los carismas específicos del laico en la Iglesia. Estamos en el tiempo de los laicos. La Iglesia necesita, tal vez más que nunca, de su compromiso militante. Su vocación específica a la santidad es un tesoro que necesita preservarse por el bien de la Iglesia. Desde estas líneas hago un llamamiento a todos los laicos de nuestra archidiócesis para que participen activa y gozosamente en la vida de nuestra Iglesia.

+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela