Así como comienza el Año Litúrgico con el Adviento, el año civil se inicia en la Iglesia con la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. En esta ocasión, al empezar el año 2018, el Santo Padre ha querido dedicar esta jornada a “Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”, un tema que sigue con toda su actualidad, siendo noticia porque afecta a seres humanos, a personas, con rostro e identidad propios. En su mensaje para esta jornada, el papa Francisco señala que “con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental”.
Todos nos hemos sentido interpelados y afectados por las distintas imágenes que en los últimos tiempos han ilustrado el drama de miles de hermanos nuestros que han tenido que salir de sus lugares de origen y que buscan entre nosotros un futuro de dignidad y de esperanza. El papa Francisco indica que “somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás”. Y añade que “habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados”.
En Galicia conocemos bien este fenómeno de la migración pues muchos gallegos se vieron obligados a salir de su tierra en el pasado para encontrar un trabajo estable y un reconocimiento social al que tenían derecho. Y vivieron la acogida de quienes los recibían y se integraron en sus comunidades. Algo más ajena nos es la realidad de los refugiados por motivos bélicos, conflictos de carácter racista, genocidios o conflictos étnicos, cuando no de persecución religiosa. Pero sabemos de ella por la evidencia que nos proporcionan esas imágenes de desplazados huyendo de guerras en Oriente próximo o conflictos en el continente africano.
El papa Francisco nos recuerda que “en muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano”.
El reto para todos es reconocer que en cada uno de esos seres humanos está el rostro de Cristo. “La sabiduría de la fe”, dice el Papa, “alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir».
Y hay que ir siendo conscientes de que la solicitud pastoral de una Iglesia que sale al encuentro del hombre tiene que ir diseñando caminos de atención al que llega y quiere formar parte de nuestra sociedad. La Iglesia de Santiago, acostumbrada desde hace siglos a recibir a peregrinos, no puede olvidar esta dimensión de acogida al migrante, al refugiado. Para todos los diocesanos es un compromiso ineludible trabajar por una convivencia armónica en la que nadie pierda su identidad, respetar los derechos de todos, e incrementar los niveles de justicia social y de solidaridad para encontrarse a gusto en la “casa común”.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela