Tal vez sea esta la primera vez que su nombre es catalogado y objeto de búsqueda por un servidor de internet. Eso la honra y la dota de una sencillez particular: no vivía para el “escaparate”. Posiblemente, los ojos del mundo no comprenderían por qué alguien elige vivir en un monasterio. Pero el lugar no importa demasiado. Lo valioso se descubre en el interior.
Nuestra querida hermana, Madre Concepción, realizó su “último acto de obediencia al Señor”, tras sesenta y cinco años de vida consagrada religiosa, en la madrugada del 30 de diciembre de 2015, a las 3 de la mañana, cuando el Señor la llamó a su presencia.
En la homilía que pronunció nuestro Arzobispo D. Julián Barrio Barrio, durante el funeral, describió muy acertadamente la vida de nuestra hermana: “Madre Concepción ha sido una monja que iluminó su existencia con la luz de la fe. La fidelidad al Señor y la gozosa adhesión a su Divina Voluntad han sido los argumentos con que ha definido su existencia. Trató de contemplar la presencia de Dios en ella y de ella en Dios. Procuró agradarle toda su vida, le sirvió generosa y disponiblemente en el carisma dominicano. Siendo largos años Priora al servicio de esta Comunidad con finura espiritual… se hizo toda a todas”.
Fue siempre una religiosa muy ejemplar, humilde, sencilla, prudente, acogedora, comprensiva y muy caritativa con las hermanas; estaba siempre pendiente de lo que necesitaban. Se preocupaba de todos y, especialmente, de los pobres que acudían a la puerta. Corregía con mucha delicadeza, siempre buscaba la paz. Sus palabras, obras, su modo de vivir y de tratar a las “amadas esposas del Señor, sus hermanas de la Comunidad”, traducían su amor y unión con Dios y con la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.
Pasó su vida entregada al servicio de Dios, de la Iglesia y de la Comunidad, ejerciendo cargos de responsabilidad, como Priora, Subpirora y Maestra de Novicias.
A finales del mes de Octubre de 2015, empezó a sentirse mal; se llevó a Urgencias y allí le diagnosticaron su enfermedad, que ya no tenía curación.
Sus palabras, gestos y actitudes de los dos últimos meses de su peregrinación terrena, fueron una intensa y auténtica catequesis de: amor y agradecimiento a Dios y a las hermanas, confianza plena en la Bondad y Misericordia de Dios, docilidad a su Santa Voluntad, Adoración a la Grandeza y Majestad de Dios, actitud filial con Dios Padre, humildad, paciencia, acogida, atención y preocupación por todas y cada una de las hermanas de la Comunidad y de todos aquellos que le llamaban y se preocupaban por ella, de conformidad con todo… Con mucha frecuencia decía: “Si Dios lo quiere así, también lo quiero yo”, “lo que tú quieras, Señor, lo que Tú quieras”, “Dios me lo dio, Dios me lo quitó; bendito sea el Santo Nombre de Dios”. “¡Qué grande es Dios!” “Qué grande es la Misericordia de Dios!”. Dos días antes de morir repetía constantemente: “¡TE AMO, JESÚS MÍO, TE AMO!”
La Madre Concepción, respondiendo con la gracia de Dios al don de su vocación, entró en este Monasterio de Santa María de Belvís, cuando tenía la edad de 21 años, y volvió a la “Casa del Padre” a los 87 años. Sor Concepción Fernández Sexto, movida por el Espíritu Santo, se decidió a seguir más de cerca a Cristo, entregándose a Dios y amándole por encima de todo, viviendo en caridad al servicio del Reino y anunciando en la Iglesia la gloria del mundo futuro.
MM. Dominicas de Belvís