El pasado 23 de septiembre de 2015, el Papa Francisco canonizaba en la ciudad norteamericana de Washington a Miguel José Serra Ferrer, conocido para la posteridad como San Junípero Serra.
El nuevo santo nació en tierras insulares (en Petra, Mallorca) y posiblemente esa cercanía geográfica al mar abrió en el joven Miguel José ansias de eternidad. Fue allá por el año 1713 (un 24 de noviembre). De niño vivió muy en contacto con la tierra puesto que sus padres se dedicaban a tareas de labranza y fue formado en una sencilla y devota formación religiosa.
Sus padres deseaban para él lo mejor y fue acogido en el convento franciscano de San Bernardino, en Petra, para que aprendiese letras y se forjase un futuro. Comenzó a destacar por su inteligencia por lo que fue traslado a Palma para realizar estudios superiores. Fue en el convento franciscano de la capital insular en dónde sintió la llamada a la vocación religiosa profesando en la Orden de frailes menores (franciscanos) emitiendo sus votos el 15 de septiembre de 1713, cambiando su nombre de pila por el de Junípero, uno de los primeros compañeros del santo de Asís.
Su inteligencia le llevó a ganar por oposición una plaza como profesor de filosofía y posteriormente como catedrático de Teología Escotista en la Universidad Luliana de Palma de Mallorca. Al tiempo que se dedicaba a la tarea docente también descollaba como gran predicador popular. En cierta ocasión, después de pronunciar un sermón ante un grupo de catedráticos, hubo uno que exclamó que ese sermón predicado por Fray Junípero Serra debía ser impreso “en letras de oro”.
La fama y aplauso hicieron pensar al joven orador y orante en abrir nuevos horizontes, por lo que decidió, con el consentimiento de sus superiores, irse a las misiones de América, con el afán de llevar el nombre de Cristo y predicar con el ejemplo (y no sólo con la palabra, como sugirió a sus Hermanos el propio Francisco de Asís).
Su ingente labor misionera le llevó a fundar varias “misiones” en América. En concreto se le atribuyen nueve: la de San Diego de Alcalá, San Carlos Borromeo de Carmelo, San Antonio de Padua, San Gabriel, San Luis Obispo, San Juan de Capistrano, San Buenaventura, Santa Clara y San Francisco.
Las misiones no solo fueron lugares en los que se realizó la evangelización de personas nativas sino también en los cuales se iba a desarrollar una nueva forma de humanización de las relaciones. Y no fue fácil, puesto que los conquistadores eran también portadores de intereses de poder mundano y esto llevó a Junípero a tener que enfrentarse con las autoridades civiles y también sufrir persecución por parte de algunas personas.
La labor de San Junípero y aquellos primeros misioneros de lo que hoy conocemos como California sigue viva en el recuerdo puesto que las misiones son hoy lugares de visita, siendo la tumba del santo lugar de veneración. Falleció en Monterrey (México), el 28 de agosto de 1784.
Un busto del propio Junípero forma parte de las imágenes de los “padres de la patria” estadounidense que se guardan y perpetúan la memoria de aquellas personas que pasan por ser fundadoras del nuevo EE.UU. Entre estas personalidades se reconoce al santo franciscano que llevó, junto a otros religiosos, la buena noticia del Evangelio a aquellas tierras. Su fiesta litúrgica se celebra el 28 de agosto.
Fray Paco Castro Miramontes
O.F.M.