El mes de febrero acostumbra a presentarse en el calendario como una preparación para la entrada de la primavera, como un tiempo no especialmente relevante, de transición entre el comienzo del año y un próximo cambio de estación en marzo. Pero febrero presenta para los cristianos un aspecto felizmente serio y de importancia. Nos basta con mirar la fecha del día 2, cuando celebramos esa fiesta de la luz en la Presentación del Señor que nos recuerda que Cristo, el regalo del Padre a la humanidad doliente y esperanzada, es “luz para alumbrar a las naciones”. O con pensar en que este mes es la tradicional cita con una jornada de ayuno voluntario que nos coloca a todos ante la reflexión promovida por Manos Unidas para luchar contra el hambre en el mundo.
Y en ocasiones, como este año, febrero es el tiempo de inicio de la Cuaresma, un tiempo de alegría y no de resignación. Un tiempo de agradecimiento a Dios por el generoso don –inmerecido por nuestra parte- de su misericordia y su perdón. Hemos de alejar de nosotros esa sensación tantas veces extendida de que la Cuaresma es un momento sombrío o tristón del año. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para el actuar de la gracia, un momento para empaparse del amor y la misericordia de un Dios que se ha hecho uno de los nuestros.
Estamos, eso sí, ante un tiempo fuerte, un tiempo recio, muy en especial cuando avanzamos poco a poco en el desarrollo del Año de la Misericordia. Este jubileo extraordinario nos abre las puertas santas por las que se derrama la gracia y el perdón, por las que fluye el anuncio de la salvación.
Es hermoso recordar aquel episodio evangélico en el que Jesús llega a Nazaret y entra en la sinagoga, desenrollando el libro del profeta Isaías. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de escuchar”, dice al acabar la lectura. Y lo que había leído era la constatación de que “el año de gracia del Señor” ya estaba entre nosotros, porque el Padre le había enviado a “evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos”.
No, febrero no es un mes intranscendente. Es el tiempo en el que Dios nos llama a la alegría del encuentro con la voz de Jesús que proclama el Reino de la vida eterna.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela