¿Podríamos hablar del Camino de la cruz de Cristo, al margen de la Misericordia del Padre?
Cuando los filósofos se consideraron aptos para referirse a Dios, no se les ocurrió mejor cosa que considerarlo como el infinitamente bueno, infinitamente justo, infinitamente sabio, infinitamente poderoso…, principio y fin de todas las cosas. Sin embargo lo más repetido en la Biblia es que el Señor es, antes de nada y sobre todo, misericordioso y fiel, lento a la cólera y rico en piedad y leal. De ese modo se ha hablado del “Dios de los Filósofos”, contrapuesto al Dios revelado en Cristo, y el hombre de fe se acoge a la imagen que el Señor ha dado a conocer en los libros sagrados.
El Papa Francisco se refiere a menudo al rostro de Cristo como reflejo de la misericordia del Padre. El sentir del Papa quiere recogerse en el libro que comentamos, al tener como subtítulo La vida de Jesús, un reflejo del rostro misericordioso del Padre.
La misericordia de Dios se intenta mostrar a lo largo de toda esta obra recientemente publicada, pensando en la Cuaresma del Año Santo de la Misericordia.
Ya en la introducción, se muestra la actitud de Dios cuando el hombre antepuso sus apetencias a lo que el Señor le pedía. El Señor, en lugar de olvidarse del hombre, le entrega a su propio Hijo, para restaurar así al ser humano, de modo que, por la entrega total del Hijo, lograra el hombre el acceso a la vida.
En las distintas estaciones de este Viacrucis se presentan a la reflexión las actitudes poco justas de algunos hombres: condenas a muerte, arrogándose el poder sobre la vida; colocar sobre los hombros de una persona flagelada el instrumento del suplicio; la tendencia de muchos a tirar por tierra a los hermanos o a no impedir que caigan; el arrojar más angustia al corazón herido de una madre, haciendo que su hijo vaya camino del Calvario, cargando con su cruz; el obligar a un forastero a ayudarle a llevar la cruz al reo de muerte, para que no se muriera por el camino; la falta de piedad de los curiosos que, con sus gritos, agredían repetidamente al sentenciado a muerte; el despojo total de que ha sido objeto éste, disponiéndole así a la crucifixión; el uso de la espada o la pólvora, para someter a los más débiles; los esposos o amigos que se deshacen de su pareja o de un hijo, para vivir con más holgura; la mirada estrecha de algunos familiares, que no promueven el acceso a los sacramentos de la vida a quien se halla al borde de la muerte…
Por otra parte, a lo largo de esas catorce estaciones se muestra el estilo de Jesús: asume la condena que dictamina un hombre que busca mantener su puesto; carga con una cruz que correspondería llevar a sus hermanos los hombres; cae y se levanta, cuando le espera una muerte cruel; se encuentra con la Madre de Misericordia, en momentos de angustia, y soporta el dolor que le produce el causarle a ella tanta tristeza; se deja asistir por Simón, para ayudarle a él con su cercanía cariñosa; deja que la Verónica, llena de sensibilidad, le enjugue la sangre, el sudor y las lágrimas, y le ofrece el memorial de su rostro; acoge las muestras de compasión de las mujeres de Jerusalén, y trata de consolarlas a ellas ante el futuro poco feliz que les espera; se desprende incluso de sus vestiduras, para que nosotros nos enriquezcamos con su pobreza; entrega su vida, elevado sobre la tierra, para atraer a todos hacia él; y entrega su Espíritu al Padre, para recuperarlo y enviarlo sobre la Iglesia, fortaleciendo así nuestra esperanza de que un día también nosotros y nuestros seres queridos resucitaremos.
La entrega de Cristo nos muestra la misericordia del Padre. Ha sido éste quien ha creado al hombre a su imagen y quien, cuando el hombre se alejó de Él, le entregó lo más querido, para que volviera a las fuentes de la vida. Ha sido el Padre quien pidió a María que fuera la Madre del Hijo de Dios hecho hombre, para que, como Madre de Misericordia, estuviera siempre al lado de Cristo en su obra salvadora y mirara por nosotros, sus hijos; el Padre, por su gran misericordia, suscita personas como Simón el Cireneo, la Verónica y las Mujeres de Jerusalén, para que, saliendo en ayuda de Jesús, sean ejemplo para los hombres y los conduzcan así por el camino de la vida; el Padre, que, en virtud de su misericordia para con nosotros, no se ahorró la muerte de su Hijo, acogió la entrega de su ser y le hizo después volver a la vida, dando de ese modo al ser humano la esperanza de la resurrección.
Ese amor misericordioso que el Padre nos ha dispensado siempre, y que ha llegado al colmo en la entrega de su querido Hijo, exige de nosotros el ser buenos hermanos de los hermanos. Tenemos que intentar acoger, en lugar de condenar; hemos de respetar siempre la vida, cuyo dominio pertenece sólo a Dios; deberemos ayudar a quien está en peligro de caer, y dar la mano para que se levante quien se ha caído; hemos de llevar en nuestro corazón y en nuestra vida a María, Madre de Misericordia; debemos ser cireneos, siempre que un hermano lo necesite; hemos de tener el coraje de la Verónica y de las otras mujeres de Jerusalén, para dar la cara cuando sea preciso y proclamar la justicia y el amor; habremos de asociarnos a Cristo sufriente, para gozar después con él; y hemos de estar dispuestos a ofrecer a nuestros hermanos que van a morir los sacramentos de la vida, ya que para heredar esa vida, que no tiene fin, nos ha creado el Señor.
Camino de la Cruz, camino de la Misericordia del Padre y del amor de su Hijo, camino de la Madre de Misericordia. Camino también del cristiano y de todo aquel que, escuchando la palabra del Señor, quiere seguirle por el camino de la Vida.
José Fernández Lago
Sacerdote, autor y comentarista del libro
Poderiamos falar do Camiño da cruz de Cristo, á marxe da Misericordia do Pai?
Cando os filósofos se consideraron aptos para referirse a Deus, non se lles ocorreu mellor cousa que consideralo como o infinitamente bo, infinitamente xusto, infinitamente sabio, infinitamente poderoso…, principio e fin de todas as cousas. Con todo o máis repetido na Biblia é que o Señor é, antes de nada e sobre todo, misericordioso e fiel, lento á cólera e rico en piedade e leal. Dese modo falouse do “Deus dos Filósofos”, contraposto ao Deus revelado en Cristo, e o home de fe acóllese á imaxe que o Señor deu a coñecer nos libros sagrados.
O Papa Francisco refírese a miúdo ao rostro de Cristo como reflexo da misericordia do Pai. O sentir do Papa quere recollerse no libro que comentamos, ao ter como subtítulo A vida de Xesús, un reflexo do rostro misericordioso do Pai.
A misericordia de Deus inténtase mostrar ao longo de toda esta obra recentemente publicada, pensando na Coresma do Ano Santo da Misericordia.
Xa na introdución, móstrase a actitude de Deus cando o home antepuxo as súas apetencias ao que o Señor lle pedía. O Señor, en lugar de esquecerse do home, entregoulle o seu propio Fillo, para restaurar así o ser humano, de modo que, pola entrega total do Fillo, lograse o home o acceso á vida.
Nas distintas estacións deste Viacrucis preséntanse á reflexión as actitudes pouco xustas dalgúns homes: condenas a morte, arrogándose o poder sobre a vida; colocar sobre os ombreiros dunha persoa flaxelada o instrumento do suplicio; a tendencia de moitos a tirar por terra os irmáns ou a non impedir que caian; o arroxar máis angustia ao corazón ferido dunha nai, facendo que o seu fillo vaia camiño do Calvario, cargando coa súa cruz; o obrigar un forasteiro a axudalo a levar a cruz do reo de morte, para que non morrese polo camiño; a falta de piedade dos curiosos que, cos seus gritos, agredían repetidamente o sentenciado a morte; o rexeitamento total de que foi obxecto este, dispoñéndoo así á crucifixión; o uso da espada ou a pólvora, para someter os máis débiles; os esposos ou amigos que se desfán da súa parella ou dun fillo, para vivir con máis folgura; a mirada estreita dalgúns familiares, que non promoven o acceso aos sacramentos da vida a quen se acha ao bordo da morte…
Por outra banda, ao longo desas catorce estacións móstrase o estilo de Xesús: asume a condena que ditamina un home que busca manter o seu posto; carga cunha cruz que correspondería levar aos seus irmáns os homes; cae e érguese, cando o espera unha morte cruel; atópase coa Nai de Misericordia, en momentos de angustia, e soporta a dor que lle produce o causarlle a ela tanta tristeza; déixase asistir por Simón, para axudalo a el coa súa proximidade cariñosa; deixa que a Verónica, chea de sensibilidade, lle enxugue o sangue, a suor e as bágoas, e ofrécelle o memorial do seu rostro; acolle as mostras de compaixón das mulleres de Xerusalén, e trata de consolalas a elas ante o futuro pouco feliz que lles espera; despréndese ata das súas vestiduras, para que nós nos enriquezamos coa súa pobreza; entrega a súa vida, elevado sobre a terra, para atraer a todos cara a el; e entrega o seu Espírito ao Pai, para recuperalo e envialo sobre a Igrexa, fortalecendo así a nosa esperanza de que un día tamén nós e os nosos seres queridos resucitaremos.
A entrega de Cristo móstranos a misericordia do Pai. Foi este quen creou o home á súa imaxe e quen, cando o home se afastou del, lle entregou o máis querido, para que volvese ás fontes da vida. Foi o Pai quen pediu a María que fose a Nai do Fillo de Deus feito home, para que, como Nai de Misericordia, estivese sempre á beira de Cristo na súa obra salvadora e mirase por nós, os seus fillos; o Pai, pola súa gran misericordia, suscita persoas como Simón o Cireneo, a Verónica e as Mulleres de Xerusalén, para que, saíndo en axuda de Xesús, sexan exemplo para os homes e mulleres e nos conduzan así polo camiño da vida; o Pai que, en virtude da súa misericordia para connosco, non aforrou a morte do seu Fillo, acolleu a entrega do seu ser e fíxoo despois volver á vida, dando dese modo ao ser humano a esperanza da resurrección.
Ese amor misericordioso que o Pai nos dispensou sempre, e que chegou ao cumio na entrega do seu querido Fillo, esixe de nós o ser bos irmáns dos irmáns. Temos que intentar acoller, en lugar de condenar; temos que respectar sempre a vida, cuxo dominio pertence só a Deus; deberemos axudar a quen está en perigo de caer, e dar a man para que se erga a quen xa caeu; temos que levar no noso corazón e na nosa vida a María, Nai de Misericordia; debemos ser cireneos, sempre que un irmán o necesite; habemos de ter a coraxe da Verónica e das outras mulleres de Xerusalén, para dar a cara cando sexa preciso e proclamar a xustiza e o amor; teremos que asociarnos a Cristo sufrinte, para gozar despois con el; e habemos de estar dispostos a ofrecer aos nosos irmáns que van morrer os sacramentos da vida, xa que para herdar esa vida, que non ten fin, nos creou o Señor.
Camiño da Cruz, camiño da Misericordia do Pai e do amor do seu Fillo, camiño da Nai de Misericordia. Camiño tamén do cristián e de todo aquel que, escoitando a palabra do Señor, quere seguilo polo camiño da Vida.
José Fernández Lago
Sacerdote e autor do libro