Habitualmente, cuando hablamos de deporte, lo vinculamos a grandes nombres, a las estrellas, a los clubes más importantes del mundo y, en la mayoría de los casos, todo va reverenciado al “universo fútbol”. Pero como personas que somos, normalmente no nos percatamos de la importancia de lo que tenemos a nuestro alrededor, y de cómo el deporte (el llano, el de día a día, el que no es de alto rendimiento), nos afecta.
El deporte es un vehículo de educación que va más allá de la posibilidad de que un niño decida realizar una actividad física por el mero hecho de haber visto una vez un partido de fútbol por televisión. Se trata de una vía de escape a sus propias trabas cognitivas y una herramienta capaz de lograr ayudar a un mayor descanso.
Es un punto de unión de un grupo, a veces conocido entre sí y otras no, en el que se intercambian, de diferentes maneras, distintos puntos de vista aficiones, acepciones de una manera de entender las cosas. No sólo el “señorío” o el “mès que un club”, sino aspectos más vinculados al día a día.
Porque hacer deporte no siempre significa tener que competir ni tratar de demostrar que tal equipo, tal jugador, tal método es mejor que el otro. Simplemente se trata de una forma de trasladarse durante a un breve instante en nuestras vidas a evadirnos de los problemas, a escapar por un rato de un mal día en el trabajo o en la escuela.
Hacer deporte es una forma de educar, de incentivar, de motivar, de premiar y hasta de castigar. Pero la actividad física debe entenderse de la misma manera que cualquier otro tipo de educación. Cierto es que deban vincularse, pero tienen que explicarse como compartimentos estancos en la vida de cada uno.
Negar a un niño la posibilidad de realizar una jornada de esparcimiento físico-lúdico como forma de castigo ante algo no realizado es el equivalente a quitar un día de escuela o de cualquier otra actividad de aprendizaje. Para el chico, esa actividad física puede significar el aliciente a mejorar en aquello que pudo haber fallado. El amor y la alegría como método de vida, para sumar horas de vuelo en la vida de cada uno.
Pero en esta época de vida post-catódica, en el que las imágenes y el sedentarismo reina por encima de cualquier otra actividad infantil, a nivel genérico, la necesidad de tener que motivar e incentivar la práctica deportiva se vuelve urgente. Porque una buena carga de horas (ojo a no sobrecargarlos) permitirá que los niños aprendan a organizarse, que los jóvenes sepan crear su propia agenda de vida, y el propio ejercicio les dará una visión diferente de cada uno de los aspectos de la vida.
Por ello se hace necesario el incentivo a la actividad física, al esparcimiento, la posibilidad del aprovechamiento del ejercicio para dar una salida, una organización mental, un cambio de vida, y por supuesto para el aprendizaje de aspectos más técnicos como la motricidad, el compartir la vida en equipo, las relaciones sociales, la ambición moderada en la vida, el alcanzar pequeñas metas.
El niño algún día se hace joven y más tarde se hace hombre (se traspola a que la niña también se vuelve joven y más tarde, mujer), y todo aquello que haya sabido aprovechar en su edad temprana, no sólo en cuanto conocimiento intelectual, sino también motriz y deportivo, le permitirá convertirse en un ser saludable, con ganas de progresar, de saber competir sanamente y compartir su éxito en la vida con el resto.
El deporte es, al fin y al cabo, educación. Si se sabe aprovechar, orientar, guiar, dirigir y, sobre todo, no se le niega, el ser humano pequeño, el joven, se convertirá en una persona en la que el amor a la vida puede llevarle a ser un enorme ser humano.
Mariano Raskin
Periodista deportivo