A Francisco Lampón Curra no le falta mucho para ser sacerdote. Si el sacramento del Orden fuese un embalse, puede que la primera gracia que saldría por sus compuertas sería la vocación de servicio. El 17 de diciembre de 2017 quedará marcado en la vida de Fran como el día en que Dios recibe su entrega de servicio a la Iglesia y la sella con el Diaconado. Tras su ordenación en el Seminario Mayor, conversó entrañablemente para los lectores de Barca de Santiago.
Barca de Santiago: ¿Cómo definirías tu tierra natal?
Francisco: le tengo cariño a mi tierra, Rois. Mi parroquia se llama San Miguel de Costa (arciprestazgo de A Mahía) y tiene una capilla dedicada a la Inmaculada, que me trae gratos recuerdos. Consta de unas 80 casas habitadas. Es una de esas zonas bonitas del interior de Galicia. Allí he crecido hasta que me trasladé a Santiago.
B: ¿Cómo y cuándo descubriste que Dios te llamaba al sacerdocio?
F: Desde pequeño esa vocación me resultaba muy cercana. La relación de mi familia con la Iglesia, de naturalidad y colaboración, siempre contribuyó a eso. Además tengo un tío sacerdote. Después de la Primera Comunión comencé a ayudar como monaguillo en la Misa parroquial y en el horizonte estaba la posibilidad de ser sacerdote.
B: ¿Qué tal sentó en casa la decisión de ingresar en el Seminario Mayor?
F: Era algo que se veía venir, la verdad. Recibieron la noticia de un modo muy natural. No digo que “haya gustado” desde el primer momento porque, humanamente hablando, a la familia de un hijo único como yo le cuesta cierto tiempo encajar una resolución de este tipo. Pero se han volcado en cariño y apoyo conmigo en todo momento.
B: ¿Qué personas te ayudaron en este camino?
F: Mi párroco D. Juan y mi tío José María Fernández Blanco, han sido los dos sacerdotes más próximos. Veía en ellos entrega. Después vendría el ejemplo y el acompañamiento de D. José María Díaz. Lo conocí cuando estudiaba en el colegio Alca. Hubo una temporada en que fui monaguillo en la Catedral, sin demasiada ansia de entrar en el Seminario; eran los años difíciles de la adolescencia y, a veces, no me parecía posible el sacerdocio. Y D. José María, con gran amabilidad, siempre estaba dispuesto a conversar y a escuchar. Si en aquel momento se avivó la llama de mi vocación sacerdotal, en gran parte ha sido gracias a él. Luego habría que mencionar toda la labor del Seminario Mayor, donde se va modelando la oración, la formación humana, etc. Con el tiempo aprecio en trabajo que allí se hace: como la talla de una imagen.
B: ¿Cuáles han sido tus destinos pastorales en tu etapa de formación?
F: Comencé en Santiago, en la parroquia de San Fernando. Coincidía la llegada de D. José María Pintos como párroco y allí pude ver los comienzos de un sacerdote. La prudencia inicial. La toma de contacto con la gente, etc. Después me acogió la parroquia de S. Francisco Javier, en A Coruña. Veía el compromiso de su párroco D. Severino Suárez, su gran despliegue de actividad pastoral, las excursiones, etc. Vimianzo fue mi siguiente destino. La ciudad daba paso a un lugar de trato más cercano con la gente. D. Daniel Turnes se veía muy implicado y detallista en el cuidado del patrimonio y llamaba la atención su celo por las vocaciones. Mi etapa más reciente ha sido como secretario del Obispo Auxiliar. En ella, he observado la Iglesia desde otra perspectiva: la necesidad de conectar con la gente al margen de la Iglesia; la labor callada de los sacerdotes mayores; las responsabilidades… Los obispos no tienen eso que la gente llama “vida”. No hay fines de semana libres, ni vacaciones.
B: Cuéntanos alguna meta que te marques en el futuro desempeño de tu sacerdocio.
F: lo que uno pretende, con la ayuda de Dios, es servir de mediador. Acercar almas a Dios. Que vean en el sacerdote a Jesús y que lo vean como alguien amable, que escuche; alguien con quien hablar. La gente ha de acercarse a la Iglesia sin miedo. Sé que deberé celebrar bien la Eucaristía, confesar, cuidar el patrimonio, atender a los jóvenes, la catequesis, etc. Pero entre todo el apostolado, sueño con encontrar una de esas vocaciones al sacerdocio que Dios ha sembrado por el mundo. San Manuel González tiene una frase que me sirve como meta: en el templo “entramos para adorar y salimos para servir”.
Redacción