Cuando empezaba el viaje a Ávila para el Encuentro Europeo de Jóvenes de este verano de 2015, me asaltaban varias tentaciones para no ir, o para no aprovechar esos momentos de gracia plenamente.
Una de ellas, algo comprensible, es la tentación de ver el viaje como uno más, tras unos 12 años en la Pastoral de Santiago y muchas actividades realizadas.
Otra, parecida, es la de entrar en un grupo de Pastoral muy renovado tras mi ausencia por motivos laborales durante dos años, donde de las personas que en mi época conocía quedan realmente pocas, y me veía con pocos conocidos (excepto mis hermanos…).
Otra tentación, y no pequeña, es la del cansancio. La de que el verano es para el descanso, y más tras meses muy duros de estudiar una oposición; yo necesitaba pausa, calma. Cuando tomamos el autobús hacia Ávila no hacía ni dos semanas que había terminado los exámenes.
Con la mochila cargada de una relación con el Señor cansada y algo rebelada, los días de Ávila fueron un pequeño oasis en el desierto. El testimonio y la fe de todos los miembros del grupo me volvieron a recordar que al final, no importa quién está ni cuándo; importa que todos estamos construyendo el reino de Dios, estamos trabajando por la conversión y por la salvación. Todos y cada uno de ellos, sus historias (habladas en horas de caminatas, de helados, de momentos de compartir, de oraciones…) me hacían darme cuenta de que todo lo que yo trabajé en su momento es lo que ahora este grupo hace: llevar a Dios al mundo, cada vez mejor, cada vez con más certeza. Sólo tengo palabras, tras pararme a pensar, de agradecimiento porque son un grupo de jóvenes valientes, y que tienen mi oración, ya que ahora no puedo trabajar codo a codo con ellos.
En Ávila recordé a la Iglesia, que es joven, y que está en búsqueda de Cristo, yo el primero. Que nos olvidamos de Él, de que es nuestro centro, nuestra conexión al Padre… y más cuando somos jóvenes y tenemos fuerzas.
Y fue la Virgen quien, como madre cariñosa, me recordó esto. Tengo que confesar que en cuanto vi la imagen de la Inmaculada, tan joven, tan actual, tan hermosa, me fasciné en su mirada, en su trascendencia. Esa fue la mirada que me dio pausa, me dio calma. Cuando quedé perdido en esa imagen, tan para los jóvenes, tan nuestra.
Es complicado redactar una experiencia tan diferente a otras que he vivido con Pastoral. Una experiencia donde he visto en la Pastoral gente con tanta ilusión por el Señor como la que veía hace años. Porque “solo Dios basta”.
Pablo Aguado Domínguez