Me llamo Javier Carballo Mouzo, tengo 22 años y soy natural de Vimianzo, una parroquia da Costa da Morte. Actualmente estoy en 5º curso del Seminario Mayor de Santiago, viviendo en comunidad con otros 18 seminaristas.
Una de las preguntas más comunes que me hacen es “¿e a ti, cómo se che dou por entrar no Seminario? ¿cómo descubriches que Deus che chamaba para ser cura?”. Pues mi historia vocacional es de lo más normal y corriente, no hay ninguna visión ni ningún suceso extraordinario.
Ciertamente, la palabra “vocación” significa llamada, y en el caso de la “vocación sacerdotal” significa la llamada que Dios hace para servirlo a Él y a los hermanos desde el ministerio sacerdotal. Esto es fácil de entender, pero la pregunta del millón es ¿cómo llama Dios? ¿de qué forma Él se hace sentir? Lo que está claro es que Dios no se va a comunicar por whatsapp, ni por facebook, ni por twitter. Tampoco se va a mostrar en una visión…no, así no suelen ocurrir las cosas. Más bien, la experiencia muestra que cuando Dios quiere comunicar algo grande, Él tiende a “bajar su tono de voz”, es decir, que se necesita “ayuda” para poder entender lo que el Padre Dios tiene reservado para uno. Digamos que Dios se sirve de mediaciones para ir comunicando sus designios.
En mi caso, la primera de estas mediaciones fue mi familia, por mostrarme que es posible vivir de forma cristiana. Me acuerdo perfectamente, siendo más pequeño, de rezar el rosario en familia. Mis abuelos y mis padres me llevaron siempre a catequesis. Con razón, el Concilio Vaticano II considera a la familia como “el primer seminario”. También tengo varios familiares sacerdotes (aunque muchos ya han fallecido y solo los conozco por fotos) que me ayudó a ver la figura del cura como algo normal y posible.
Después de la Primera Comunión, mi vida transcurrió como la de cualquier niño…recuerdo que me gustaba mucho el bádminton. Pronto tocó empezar la catequesis de Confirmación, y reconozco que empecé a ir porque “tocaba ir”, como los demás jóvenes de mi edad. Sin embargo, cuando empecé a ser monaguillo, la ilusión por ir a catequesis y a Misa los domingos fue cada vez mayor. Creo que para mí esto fue muy importante, porque además de ver al sacerdote como un referente, uno mismo comienza a cuidar y querer las cosas de Dios y, sobre todo, acercarse a Dios.
Hoy en día, pasados los años, me doy cuenta de que otra de las mediaciones de las que Dios se sirvió para indicarme el camino del sacerdocio fue algún profesor del instituto: yo siempre estudié ciencias, y algún profesor cuestionaba la relación de la religión con la ciencia, y la mayoría de las veces la religión salía perdiendo (si hoy viese a este profesor le daría las gracias, porque me ayudó a hacerme preguntas…y buscar respuestas). Ante esta situación, y como la mayoría de los jóvenes, me empecé a preguntar si creer en Dios tenía sentido, si eso que había aprendido en catequesis era algo útil…en definitiva, la cuestión antes de saber si lo mío era o no ser cura, redundaba en saber si realmente valía la pena ser cristiano.
Me ayudó mucho la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid del 2011, donde miles de jóvenes estábamos reunidos en torno al Papa para celebrar la Fe y compartir la alegría de ser cristiano. Ahí es donde pude descubrir que eso de ser cristiano no era de “bichos raros”. De esta JMJ conservo como un tesoro el catecismo para jóvenes que nos regaló Benedicto XVI a todos los que participamos, el Youcat; lo tengo todo subrayado porque allí encontré una ayuda para responder a las preguntas que aquel profesor cuestionaba. Sí, realmente tenía sentido creer en Dios.
Es a partir de entonces cuando surge con fuerza esa inquietud por el sacerdocio (estaría yo cursando 4º de ESO, más o menos), y como continuaba siendo monaguillo, algún seminarista que venía de pastoral a mi parroquia me invitó a los Encuentros Vocacionales que organizaba, y organiza, el Seminario Mayor. Por eso que al decidir entrar en el Seminario, éste ya era para mí un lugar conocido.
Me hace mucha gracia cuando escucho algún comentario diciendo que la religión no es compatible con los jóvenes. La juventud es la edad del amor…y el Evangelio nos dice precisamente que Dios es Amor. En estos años me fui dando cuenta de que el poder, el placer y el poseer que oferta el mundo solo dejan en nosotros un inmenso vacío interior; y tal vacío sólo podía ser ocupado por Alguien también inmenso, que me llenara de felicidad y que diera sentido a mi vida: Dios.
También, estando en 1º de bachiller, me invitaron a unos Ejercicios Espirituales para jóvenes que organizaba la Delegación de Pastoral Vocacional; los recuerdo perfectamente y me ayudaron mucho sobre todo porque el sacerdote que dirigía los Ejercicios me dijo que buscase un director espiritual, con el cual confesarme habitualmente y consultar dudas. Yo así lo hice, aunque sin saber mucho por aquel entonces que era eso de un “director espiritual”. Pero ahora me doy cuenta de que gracias a ello estoy escribiendo este testimonio.
Llegados a este punto, tú, el lector de Barca de Santiago, me puedes preguntar ¿y esto tan sencillo, Javier, te sirvió para saber que Dios te llamaba al sacerdocio? La respuesta a esta pregunta es fácil: actualmente en el Seminario Mayor de Santiago somos 19 seminaristas, y estoy segurísimo de que el testimonio vocacional de uno sería totalmente diferente al de otro. Quiero decir con esto, que Dios no tiene una forma “programada” de llamar a jóvenes al Seminario, no existe un “vocacionómetro” para saber si uno tiene o no vocación. Simplemente hay mediaciones de las que Dios se sirve para iluminar el camino de cada persona, con entera libertad. Yo no soy ejemplo de nada ni ejemplo para nadie, solo espero que todo esto que acabo de escribir te sirve para saber que Dios, hoy en día, sigue llamando a personas para una especial consagración.
Y antes de terminar, quiero lanzar yo una pregunta: tú, joven o no tan joven, que estás buscando un sentido a tu vida…¿has pensado en ser sacerdote?
Javier Carballo Mouzo
Seminarista