A veces hay que arriesgar. La fe no consiste en lanzarse a un vacío incierto, pero sí que nos pide poner entre paréntesis las llamadas “seguridades humanas”. Dios está muy por encima de eso. La actividad sinodal en la parroquia de Cambados tiene muy en cuenta que sus reflexiones elevan las miras de los cristianos de esa comunidad y sirven para el bien común. La mirada limpia y trascendente de una de las participantes, relata su aportación a la archidiócesis desde el trabajo para el Sínodo.
En la Parroquia “Santa Mariña Dozo” de Cambados somos uno de los tres grupos sinodales. Lo formamos catorce miembros: Un matrimonio con varios hijos, tres casadas madres de familia, dos varones casados y padres de familia, cinco madres de familia viudas, una señora soltera y una religiosa. Todos muy bien avenidos. Y todos buenos colaboradores en la Parroquia.
Nuestra dinámica suele ser: Reunirnos cada quince días y dedicar a cada ficha dos o tres sesiones. En la primera sesión, leemos y profundizamos el documento que motiva las cuestiones.
El grupo muestra interés por comprender su significado y alcance y hay preguntas y debate. Surgen entonces cuestiones actuales de la Iglesia y de la sociedad, palabras y hechos del Papa Francisco, anécdotas y hechos vividos.
En la segunda reunión, después de brevísimo recuerdo del encuentro anterior, vienen las propuestas y sugerencias. La secretaria toma nota y sintetiza.
Si es necesario, se hace la tercera sesión sobre la misma ficha. La secretaria lee al grupo la redacción final de las propuestas, antes de entregarlo para el envío a la Diócesis.
¿Qué pretende el grupo? El grupo quiere responder al llamamiento de nuestro Pastor Don Julián y colaborar para encontrar caminos que nos lleven a vigorizar nuestra vida cristiana. Y tiene mucho interés en su propia formación. Y dicen que muchos tendrían que participar en estos encuentros.
Añado ahora uno de los hechos aportados, que nos animan a vivir el Evangelio Así nos lo contó:
“En encuentros con la gente, se descubren tesoros, además de necesidades.
Ayer iba yo a visitar a una amiga enferma. Delante de mí, iba Carmiña empujando su carrito de la compra. Ella es una señora mayor, que padece cáncer. Se quedó viuda y vive sola. Yo acelero el paso para saludarla.
– Hola, buenos días, Carmiña. (Al volverse, veo que su aspecto ha mejorado sensiblemente). Te veo muy bien.
– Sí, me encuentro mejor. He ganado kilos y he ganado un hijo, me dice sonriendo.
– ¿Un hijo?
– Sí, un regalo. Una noche encontré a un chico que dormía en la calle y sentí una pena…
Le dije que le ofrecía una cama en mi casa, pero que me prometiera no robar, ni hacerme daño. Él me dijo: Señora, yo no robo, ni le haré ningún mal. Entonces, lo llevé a mi casa y le preparé una habitación. Y resultó ser un chico respetuoso que se porta muy bien: me pintó la casa, hace muchas veces la comida, se interesa por mi salud y por la noche jugamos a las cartas…¡y me llama madre!. Señora Carmiña, me dijo un día, usted es mi madre que ha venido del otro mundo para ayudarme.
Ahora está trabajando. Nuestro Señor me ayudó para encontrarle un trabajo… y estoy feliz.
Yo, emocionada, le dije: Me alegro contigo, Carmiña. Es verdad, el Señor te ha regalado un hijo…”
Sor Laura Iglesias.
Secretaria