Mi vocación no es una vocación tardía. No es fruto de un acontecimiento o una experiencia fuerte que me haya hecho sentir en un momento dado de la vida el llamado de Dios a servirlo en el ministerio Sacerdotal. Mi vocación, más bien es algo muy sencillo, surgió desde pequeño y corresponde a un largo proceso, lleno de obstáculos, que poco a poco fui venciendo con la ayuda de Dios y de algunas personas. Hubo un pilar fundamental en mi vida que sin duda me ayudó a descubrir la vocación al sacerdocio que fue mi familia.
Nací y crecí en un ambiente claramente religioso. Fui conquistado y me dejé envolver por los actos litúrgicos y la Iglesia me ha acompañado siempre. Fue en ese contexto, pero sobretodo en el ambiente familiar en que aprendí a conocer y amar a Jesús. A par de la familia la figura del párroco ejerció una gran influencia en mi historia vocacional. Desde muy temprano, y esto quizá es lo más importante, la voz fuerte del Señor tocó mi corazón y yo pensaba y sentía, un día quiero ser como ese hombre, ser presencia de Dios en medio de los hombres. Se inició allí el deseo de entregarme a Dios por una causa mayor.
Sentí una fascinación por la tarea de ser sacerdote y el momento más importante fue cuando, mi párroco me llamó al final de una celebración para proponerme el ingreso en el seminario. Hablar de mi vocación es hablar también de todas las personas que Dios ha ido poniendo en mi camino a lo largo de mi vida. Sacerdotes, catequistas, amigos, compañeros de comunidad, entre muchas otras personas. Todos ellos, de una manera o de otra me han ido ayudando a descubrir y con eso a seguir a Jesús más de cerca.
A través del ejemplo de vida y de santidad de muchas personas, pero sobretodo, de muchos sacerdotes entendí que realmente ser sacerdote es lo que quiere Dios para mí y que esa es la mejor manera de servir a Dios y a los hombres.
Y por último, muy sinceramente no entiendo mi vida sin el encuentro personal con Cristo, el Crucificado. Si él se entregó por nosotros en la Cruz, siento que lo mínimo que puedo y debo hacer es responder a ese amor siendo generoso como María ofreciendo a Dios el si gozoso de mi persona y de mi vida, dándome a los demás a través del ministerio sacerdotal, siendo testigo de su infinita misericordia en medio del mundo, porque vale la pena.