Editorial

Perdidos

¿Qué les sucedió a los que se marcharon de la Iglesia? Un primer análisis nos muestra que la vida se ha complicado con miles de actividades que se vuelven ataduras: llevar los niños al fútbol; “marcha” nocturna-sueño diurno; viajar; idiomas; etc. Quien pretenda practicar la fe a los 40 con el traje de 1ª Comunión… no le servirá.

Abandonar la Iglesia indica algún tipo de guerra en el corazón (“¿por qué hago lo que hago en esta vida?”; pecados; conflictos no resueltos; lecturas de universidad que rompen los esquemas tradicionales; etc.). También: el mal ejemplo de otros cristianos; aburrimiento; líderes que no pueden o no saben acompañar en la fe a las personas; etc.

Resulta difícil de explicar: cómo “notar” a Dios en la propia vida. Cómo encontrar sus “señales” y sentir su Amor. Cómo escucharle, entendiéndole, y hablarle “normal”. Cómo encajar que las cosas no se han originado por casualidad. Cómo relacionarse íntimamente con Jesús en medio de mil problemas. Por qué ser buenos…

¿Deserciones? ¿Fuga de talentos? Una abdicación con múltiples causas. El caso es que a la Iglesia le duele ver marchar a sus hijos e hijas. Desea formarles y acompañarles; servirles y rescatar a los más débiles; celebrar la vida en familia. Por eso se moviliza (“quiero lío”), reza y va a las “periferias”, llena de experiencia y testimonio.

Con la crisis, un vendedor se “puso las pilas”: estableció relaciones a largo plazo con potenciales clientes. Se contaban cosas, se iban conociendo; se ofrecía a solucionar problemas de su especialidad; descubrían juntos la posibilidad de nuevos logros. Con honestidad y ejemplaridad. La Iglesia no cotiza en bolsa y posee el mejor “Producto”.

Manuel Blanco