Gracias
Ya han pasado veinticinco años desde aquel día de febrero en que D. Julián fue ordenado Obispo en nuestra Catedral. A muchos nos parece que fue ayer y, sin embargo, han pasado ya tantas cosas que en verdad podemos decir que estamos en un tiempo nuevo. Todo aquello que entonces apuntaba ha ido ocurriendo, pero de un modo nuevo, inesperado, que nadie había previsto. Y en ese modo diferente de acontecer nuestras cosas, el pontificado y la persona de D. Julián han tenido una influencia decisiva.
No es mi intención siquiera pensar en un juicio mínimo de estos importantes años de la vida eclesial de la Archidiócesis de Compostela. Simplemente quiero constatar que esos años nos han marcado a todos y que la vida y la persona de D. Julián han sido decisivas en el transcurso de esos años.
En primer lugar, D. Julián ha mostrado desde el principio un estilo nuevo de ser Obispo y Pastor. Lo mismo que es muy difícil distinguir entre su vida privada y su vida oficial, lo es también entre su modo de ser personal y su modo de ser obispo. Pocas personas conozco tan naturales. Tiene la enorme virtud de dejarse conocer tal como es en una sociedad en la que la imagen casi nunca se corresponde con la realidad.
En la misión del Obispo se producen muchos momentos de profunda intimidad con las personas. Esos momentos no se olvidan nunca. En ellos, D. Julián ha ido sembrando bondad y ternura de las que ha nacido un inmenso cariño al Pastor que sientes cercano y amigo.
Para mí ha sido un precioso regalo de Dios el haber podido disfrutar durante estos años de la cercanía de nuestro Arzobispo. Cercanía que no siempre ha sido física, pero siempre muy sentida y sostenedora. Porque en nuestra vida hay, por encima de todo, personas y algunas son las que Dios pone en tu vida para que no te pierdas y para que sigas caminando en los momentos de zozobra y desconcierto. Como yo, tantas personas en estos años hemos encontrado en D. Julián a un testigo inquebrantable de la fe y la puerta de un corazón siempre abierta para depositar en él, con confianza absoluta, nuestras confidencias y heridas.
Hablar bien de las personas es una exigencia de la caridad. Hacerlo con algunas, además de un deber de justicia, es una inmensa alegría porque tenemos la clara percepción de que en ellas somos todos rescatados de la mediocridad y nos sentimos proyectados en un ideal realizado y amado. En el caso de D. Julián su cercanía nos estimula siempre a ser mejores porque tiene el don de hacernos cercano lo que parece inalcanzable.
No quisiera poner fin a estas líneas sin hacer referencia a la sonrisa de nuestro Arzobispo. Para mí es el sello más íntimo de su bondad y rica personalidad. Cuando parece que todo ha fracasado, cuando no se aprecian cercanos caminos de salida airosa y todo parece arruinado, entonces aún queda en los labios de D. Julián una sonrisa confiada que te dice que Dios está ahí y que la vida es un camino que debes seguir recorriendo.
Gracias, Julián, Pastor, hermano y amigo. Muchas felicidades y ad multos annos.
Mosn. Luis Quinteiro Fiuza.
Obispo de Tui-Vigo