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Mons. Jesús Fernández González

Al cumplirse los XXV años de Ministerio Episcopal
Homenaje a mons. Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago

En sus Epístolas Morales, Cicerón hace una recomendación a Lucilio: <<De ser agradecido sacas tú mayor provecho que los otros, porque éstos, al recuperar cuanto habían dado, experimentan un gozo común y corriente; tú un gozo noble al haber mostrado la gratitud. Porque si la maldad nos hace desgraciados, la virtud nos hace felices, y ser agradecidos es una virtud… La conciencia del agradecimiento es propia del alma divina y afortunada… ¿Piensas que yo afirmo que será infeliz quien es ingrato? No le doy plazo; al instante es desdichado. Por tanto, evitemos ser ingratos no por causa ajena sino por la nuestra… El ingrato se atormenta y consume… ¿Qué mayor desdicha que la de quien olvida los beneficios? Por el contrario, la sabiduría realza todo beneficio y se complace con su constante recuerdo>>.

Sirvan estas palabras prestadas para justificar los renglones que siguen. Con ellos, quisiera glosar la figura humana, cristiana y pastoral de quien hace XXV años recibió la ordenación episcopal en nuestra Catedral de Santiago de Compostela. Evidentemente, en el corto espacio del que disponemos es imposible hacer justicia ni de lejos a su persona y obra, pero no vamos a perder más tiempo sin aludir a algunas de sus virtudes humanas, espirituales y pastorales.

Destaquemos, en primer lugar, su fe y confianza en Dios expresados desde el primer momento de su pontificado en el lema episcopal “In verbo tuo Domine”. También en su primera y programática carta pastoral Confiados en la palabra del Señor (25.VII.1996). En ella leemos: <<La Palabra de Dios en su Iglesia es la que garantiza el éxito, que no proviene de nuestras fuerzas sino del poder del Señor>>. Esta confianza en el Señor la ha hecho extensiva a sus hermanos los hombres y la ha mantenido a pesar de los desengaños que pudo sufrir.

Hemos de destacar también su entrega hasta la extenuación al ministerio confiado. Su gran capacidad intelectual y la larga experiencia acumulada no son suficientes para explicar la riqueza e intensidad de su obra escrita, de su atención a las demandas pastorales, de su cercanía y disponibilidad para todos. Seguramente hallamos la respuesta en las largas horas robadas al descanso y a las vacaciones, descanso y vacaciones que, sin embargo, nunca regateó a los suyos.

Ciertamente Mons. Julián ama profundamente a la Iglesia. Dentro de su rico y variado ministerio, se ocupa especialmente de servir cada día al incremento de la comunión eclesial dentro de esta institución “en la que –dice- hemos encontrado la Vida y de la que recibimos todo don y verdad”. No desea una Iglesia uniforme y apuesta por organizar sus distintas funciones de modo que constituyan un lugar de encuentro, comunicación y fraternidad entre los cristianos de distintas tendencias y grupos sociales. Por otra parte, lejos de justificar cualquier intento de adaptarla a la medida humana o de buscar la gloria propia, propone se la respete en su naturaleza de misterio, comunión y misión. Indica, en fin, que el camino de la Iglesia ha de ser el de Jesucristo, es decir, el de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación hasta la muerte.

Fiel a la llamada de los últimos Papas a iniciar una nueva etapa evangelizadora, y atento también a una realidad cambiante que exige reformar métodos e iniciativas, D. Julián ha impulsado desde el principio de su pontificado esta renovación fundada en la conversión personal y la búsqueda de la perfección por parte de los evangelizadores. Desertar de este cambio significaría perder el respeto a las iniciativas del Espíritu, un Espíritu que, por otra parte, es el único capaz de garantizar los frutos pastorales. Éstos no proceden ni de la perfección humana ni de los programas realizados desde el saber y el poder humanos. Sólo el Espíritu puede rejuvenecer a la Iglesia.

Dada por supuesta la conversión personal y la docilidad a las mociones del Espíritu, la renovación debe tener en cuenta las necesidades humanas. En este sentido, los pobres han de ocupar el centro de la preocupación, la disponibilidad y la generosidad de nuestra Iglesia. Y, sobre todo, nos propone cuidar la evangelización pensando en los que se dejan arrastrar por la mundanidad y en los alejados. Esta pastoral renovada ha de destacar por la cercanía y el encuentro, el amor a la realidad concreta que vivimos, la formación de los laicos… Precisamente pensando en esta renovación, Mons. Julián Barrio convocó el 12 de octubre de 2012 el Sínodo diocesano “Renovarnos desde Cristo caminando en comunión”. Sus frutos están comenzando a visibilizarse con la puesta en marcha de la Escuela Diocesana de Agentes de Pastoral, el diseño de un mapa de Unidades pastorales, la renovación de los encuentros prematrimoniales, así como otras iniciativas.

“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125). Damos gracias a Dios por este Pastor humilde, confiado, entregado, de profundo amor a la Iglesia e impulsor de una pastoral renovada. Al mismo tiempo, le pedimos le dé las fuerzas necesarias para continuar su labor y le conceda la alegría de contar con nuestro compromiso en favor de la comunión y de una renovada evangelización siguiendo la estela marcada por el reciente Sínodo diocesano.

 

Mons. Jesús Fernández González
Obispo Auxiliar de Santiago de Compostela