gradezco la invitación que se me ha hecho desde Barca de Santiago para hacer una referencia a Mons. Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela, con motivo de su vigésimo quinto aniversario de ordenación episcopal.
He conocido a D. Julián a las pocas semanas de su nombramiento episcopal, durante su primera visita como “obispo auxiliar electo” del Arzobispo Compostelano. Llegó a la Ciudad del Apóstol conduciendo su propio utilitario con el fin de entrevistarse, por primera vez, con Mons. Antonio Mª Rouco Varela, entonces Arzobispo de Santiago. Al finalizar aquel encuentro, y en la plaza de la Inmaculada, me lo presentó D. Uxío Romero Pose, rector del Seminario Mayor, con el que formaba equipo junto con D. Manuel Ferreiro, de aquel Centro de Formación del que guardo un recuerdo entrañable.
D. Julián me causó una muy buena impresión, un sacerdote sencillo, culto, un tanto reservado y prudente, con una cierta timidez que le hacía, quizás, más entrañable y cercano. Aquel mismo día pretendía regresar a Astorga en donde ejercía como rector y profesor del Seminario. Uxío logró convencerlo y le preparamos todo para que quedase entre nosotros. Pudimos comprobar que se dejaba querer, que había en su corazón mucha ternura y autenticidad.
Consagrado obispo, pasó a residir en las dependencias que se habían construido para el Obispo auxiliar en el edificio de San Martín Pinario. Compartía mesa, habitualmente, con los formadores del Seminario Mayor. Recuerdo que un día me tocó de celebrar la Eucaristía a las Señoritas de Atocha – que atienden y administran el Seminario – , cuando ya estaba revestido, llegó D. Julián. Inmediatamente, como era obvio, me quité la casulla para que se la pusiera él. Fue imposible convencerlo. Hizo que yo presidiera la celebración y él concelebró. Nos dio, tanto a las religiosas como a mí, una lección de humildad y sencillez. Durante aquellos primeros años, se hizo una persona cercana y querida. Pudimos gozar de la presencia de sus padres: Don Julián y Doña Leo. En esa convivencia cotidiana fue en donde hemos aprendido a conocer la calidad humana que estaba “emboscada” tras aquel que desempeñaba su ministerio, delicada y fielmente, ayudando al pastor de la Diócesis. Supo realizar aquel servicio pastoral, que a todas luces no había buscado, y que con fidelidad al querer de Dios fue desempeñando, de una manera silenciosa y efectiva, hasta que fuimos descubriendo en él a un “buen pastor”.
Cuando Mons. Rouco fue trasladado a la Diócesis de Madrid, el gran sentir de todos los que vivíamos con D. Julián, y yo creo que era opinión generalizada del clero y del pueblo de Dios, era que fuese confirmado como Arzobispo ¡Y así fue!
Durante estos veinticinco años D. Julián formó parte principal de mi vida sacerdotal, he sentido su cercanía de buen pastor. Cuando la Providencia me llamó a ejercer el ministerio episcopal en la diócesis ourensana, se convirtió para mí en padre, maestro, hermano y amigo que, en los momentos más complejos del ejercicio de mi ministerio, siempre estaba cerca y tenía la certeza de que podía contar con su ayuda.
Con ocasión de sus bodas de plata en el ministerio episcopal quiero unirme a todos los diocesanos de Santiago de Compostela, mi Iglesia madre, para dar gracias a Dios por estos cinco lustros de vida episcopal, y del ejercicio fecundo de su ministerio pastoral. Ruego a la Virgen del Portal y al Apóstol que colme al Sr. Arzobispo de sus bendiciones y siga realizando su fecundo ministerio pastoral, no sólo en la ciudad del Apóstol y a lo largo de la Archidiócesis Compostelana, sino también a través de sus palabras y de sus publicaciones, teniendo como cátedra la “Casa del Señor Santiago” que se ha convertido en uno de los púlpitos más emblemáticos gracias al dinamismo creciente del Camino de Santiago.
Con el afecto de siempre, me encomiendo a vuestras oraciones.
Mons. J. Leonardo Lemos Montanet
Obispo de Ourense