Editorial

Lo que engancha

Los fumadores dicen que no les comprenden. Que se trata de adictos de difícil arreglo; y que no podemos juzgarles si no hemos padecido la nicotina. Pueden enganchar: el café, los ansiolíticos, los videojuegos, la pornografía, el footing, la tele, un paisaje, el cotilleo, el móvil… Parece que no existe blindaje para ciertas “drogas”.

Resulta más difícil de entender que a alguien le atraiga lo malo. El terrorismo, por ejemplo. Sorprendente, el que se fuguen algunas jóvenes hacia países o filosofías que pisotean y denigran la dignidad de la mujer. Ridículo, incluso, sostener que el amor a la Iglesia justifica la crítica sibilina al Papa o los “Vatilleaks”. Tal vez enganchen.

Muchos fanatismos se engendran ante el desconocimiento del verdadero objetivo del corazón de Dios: nosotros. Y de un modo muy especial: los “golpeados”. El Amor debe tener algún tipo de “sustancia” adictiva, porque engancha. La virtud, atrae: el perdón, frente al ensañamiento de la venganza; el talento y la cultura, frente a la grosería y la osada ignorancia. El servicio, frente al egoísmo ramplón.

Pero esta sociedad ha decidido girar en torno al dinero. Y los placeres han encontrado en ella su hábitat, como las bacterias en una habitación de hospital sin esterilizar. El atractivo que de ahí surge, es efímero, cual día intenso en un parque de atracciones: para quien pueda pagarlo; para los más “espabilados”; para los sanos; a base de “sensaciones”.

Lo que sucedió en Belén hipnotiza el alma hasta casi “ofuscarla”. Y, a la vez, es condición para la libertad más grande del ser humano.