Aula Magna

La Palabra de Dios en la Liturgia (Ciclo B)

1.- Importancia primordial de la Palabra divina

Desde el Concilio Vaticano II, que publicó entre sus Constituciones una sobre la Palabra de Dios y otra sobre la Liturgia, la Iglesia se ha propuesto dar a conocer lo más posible la Sagrada Biblia, haciendo resaltar su importancia en la Liturgia. Para favorecer esa actitud, de modo que sea accesible a los creyentes, incluso a los de menos preparación intelectual, se ha reformado el calendario litúrgico, ampliando el abanico de textos que se proclamaban en las celebraciones de la fe.

En la celebración eucarística, en la primera parte, resalta la proclamación de la palabra de Dios. En los días laborables se transmite el contenido de dos lecturas, una de ellas el Evangelio, mientras que en los domingos y festivos se hacen tres, dos de ellas pertenecientes al Nuevo Testamento.

Intentando resaltar este aspecto, el Papa Francisco ha establecido el 26 de enero del pasado año el Domingo de la Palabra de Dios, pidiendo que se celebre todos los años el Domingo 3º del Tiempo Ordinario. Con ello quiere estimular el que, al menos un día al año, se tome especial conciencia de la importancia de la palabra divina, como fuente de la fe y de la vida cristiana.

En la actualidad, en lo que atañe a los domingos, existen tres ciclos, denominados A, B y C, correspondientes cada uno a un Año Litúrgico. Con el pasado Adviento ha comenzado el ciclo B, que concluirá al comenzar el nuevo Adviento, e iniciarse así otro Año litúrgico. En lo que respecta a los días feriales, las lecturas son distintas, según nos encontremos en un año par o impar, recibiendo uno u otro nombre según pertenezca la mayor parte de los meses a un año par o impar.

En el presente Año Litúrgico, en la celebración dominical, se proclama en la mayor parte de las ocasiones el Evangelio según San Marcos, y en ciertos casos el Evangelio según San Juan, mientras que en el ciclo A se proclamaba el de Mateo y en el C se usará el de Lucas, completados ambos con algunos pasajes del Evangelio de Juan.

2.- Los textos litúrgicos dominicales de este Año: Ciclo B

El Evangelio de Marcos, que es el que más se usa en este Ciclo, se considera obra de Juan Marcos, el hijo de María, la señora de Jerusalén en cuya casa se reunía la comunidad cristiana de aquella ciudad. Marcos fue discípulo de Pablo, a quien acompañó en parte de su primer viaje apostólico, y después fue “discípulo e intérprete” de Pedro, mientras que al final de la vida de Pablo volvió a asistir al Apóstol de los Gentiles, en Roma. El Evangelio que nos ofrece, teniendo en cuenta el uso de vocablos semíticos, y el estilo hebreo, a base de conjunciones coordinadas, se considera anterior a las redacciones actuales de Mateo y de Lucas. Incluso apoyados en el análisis interno del texto, que no describe de modo pormenorizado la caída de Jerusalén, se cree en la posibilidad de que sea incluso un par de años anterior a la destrucción de la Ciudad Santa. A la luz de los latinismos que ofrece, en tiempos en que el Latín estaba circunscrito a la zona del Lazio, parece poder concluirse que fue escrito en Roma.

En lo que respecta a su teología, podemos reconocer en este Evangelio algunos aspectos que se traslucen a lo largo de la obra marcana:

En el citado Evangelio Jesús se presenta anunciando que el Reino de Dios ya ha llegado, que “está ahí”. Lo demuestra con una serie de signos con los cuales se percibe que el espíritu del mal, considerado hasta entonces como el fuerte, cede ante otro personaje que es más fuerte, y que le expulsa de las personas a las que hasta entonces poseía. De ese modo, mientras que Mateo insistía en las palabras de Jesús, Marcos hace hincapié en sus hechos, en diversos casos expulsiones del diablo de los posesos, con las cuales muestra que Jesús es más fuerte que el espíritu del mal.

Esos hechos que Jesús prodiga, provocan una y otra vez la admiración de la gente. Sin embargo, Marcos no destaca la efusividad con que podría expresarse la gente al ver las acciones de Jesús, sino que tiene en cuenta su reserva para que no se trasluzca su condición mesiánica. Esto se ha dado en llamar el “secreto mesiánico”, propio del segundo evangelio.

El tiempo de salvación, cuya llegada afirma Jesús, comienza con Juan el Bautista, que es su precursor, y continúa con él y con sus discípulos. Marcos suele presentar a Jesús rodeado de sus discípulos. En vez de indicar hacia dónde se dirigía el Señor, dice que Jesús y sus discípulos fueron o se trasladaron a tal lugar. Entre ellos destaca el grupo de los Doce, que Jesús escoge para que estén con él y después enviarlos a predicar.

Los lugares geográficos tienen en el Evangelio según San Marcos un valor teológico. De este modo, cuando se menciona Galilea, quiere significarse el ámbito en otros tiempos paganizante, donde comenzó el anuncio del Evangelio y a donde volverán los discípulos una vez resucitado Jesús, para manifestar que el Reino de Dios transciende a Israel.

3.- Los textos feriales de este año del ciclo B, año impar

Hemos de distinguir lo que acontece con los tiempos fuertes -Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua -, de lo que sucede en el Tiempo Ordinario. Mientras que en los tiempos fuertes se proclaman en los tres ciclos las mismas lecturas, en el Tiempo Ordinario se distinguen las del año par de las del impar.

Cumple resaltar que, aunque en otros tiempos fuertes, se proclama como 1ª lectura un pasaje del Antiguo Testamento, a lo largo de todo el Tiempo Pascual se escoge como 1ª lectura un texto del libro de los Hechos de los Apóstoles, siendo el mismo en los tres ciclos. En lo que respecta a la 2ª lectura, mientras que en el ciclo A se leía la 1ª Carta de San Pedro (que recoge varios himnos bautismales), y en el ciclo C se leen algunas partes del Apocalipsis, en el Ciclo B, que corresponde a este año, se proclama la 1ª Carta de San Juan.

En lo que respecta a este año, considerado “impar”, se inicia la 1ª semana, hasta finalizada la 4ª, eligiendo para la 1ª lectura un texto de la Carta a los Hebreos. En la 5ª semana, se comienza a leer el libro del Génesis. Después de interrumpidas las lecturas de ese libro por la Cuaresma y la Pascua, se reanudan a finales de mayo, en la 8ª semana del Tiempo Ordinario. Después de una lectura del libro del Génesis, se pasa a otras del Eclesiástico y Tobías. En la 10ª y 11ª semana se proclama la 2ª Carta de San Pablo a los Corintios. En la 12ª, 13ª y 14ª se retoma el libro del Génesis, hasta el final, para comenzar la 15ª semana con el Éxodo, hasta avanzada la 17ª, a completar con unas pocas lecturas del Levítico. Siguen como 1ª lectura proclamaciones de Números, Deuteronomio, Josué, Jueces y Rut, hasta bien avanzado el mes de agosto. Completan el mes las lecturas de la 1ª Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En septiembre, en los veinte primeros días, se hacen lecturas de la Carta a los Colosenses y de la 1ª a Timoteo. A partir de ahí, en la 25ª semana y siguientes, se asumen para la primera lectura, textos de Esdras, Ageo, Zacarías, Nehemías, Baruc, Jonás, Malaquías y Joel. Ya comenzado octubre, desde la 28ª semana del Tiempo Ordinario, hasta la 31ª Desde los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II hasta los actuales, se han dado muchos pasos para el provecho del creyente. Antes, para “Oír Misa entera”, bastaba con llegar al Ofertorio. En cambio, a día de hoy, sin quitar importancia a la entrega de Cristo en el sacrificio eucarístico, cobra verdadero relieve la Celebración de la Palabra. Consiguientemente, para participar de lleno en la Misa, procede recibir a Cristo en la Eucaristía, pero también alimentarse de la palabra de Dios.  He ahí la razón de celebrar la Santa Misa en la lengua vernácula y de haber seleccionado más textos de la Biblia para su proclamación litúrgica, estableciendo los tres ciclos de lecturas a los que nos hemos referido más arriba. De un modo semejante a como se hacía ya en tiempos de Cristo en la celebración sinagogal, si además de proclamar la lectura del texto bíblico, se hace una traducción actualizada del mismo, o mejor un breve comentario homilético, también en los días feriales, la palabra de Dios se hace más asequible, de modo que el pueblo accede con mayor facilidad al alimento que el Señor, por medio de la Iglesia, le ofrece.

 

José Fernández Lago

Canónigo Lectoral
de la Catedral de Santiago