Acabamos de adentrarnos en el tiempo más importante de nuestro año litúrgico. Hemos celebrado solemnemente la pasión, muerte y resurrección del Señor; pero antes de inaugurar la Pascua hemos vivido también uno de los acontecimientos eclesiales más importantes del año y que nos introdujo poco a poco en el umbral del Triduo Pascual, se trata de la misa crismal; la cual es presidida por el obispo acompañado de su clero y del pueblo de Dios. Inicialmente era una celebración prevista para el Jueves Santo por la mañana, poniendo fin al tiempo litúrgico de la Cuaresma, sin embargo, es costumbre anticiparla al martes o miércoles santo en función de las necesidades pastorales, en nuestra diócesis, por ejemplo, se celebra el martes santo por la mañana.
Sin embargo, en muchas ocasiones, esta celebración pasa desapercibida para los fieles por el carácter sacerdotal que se le quiere imprimir. Ante esto, cabe recordar lo que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos expone en su Carta sobre la Preparación y celebración de las fiestas pascuales: «La Misa crismal, en la cual el Obispo que concelebra con su presbiterio, consagra el santo Crisma y bendice los demás óleos, es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo; pero conviene que se invite encarecidamente también a los fieles a participar en esta Misa» (nn. 35-36).
En este sentido, existen dos importantes peculiaridades en esta celebración liturgia que debe ser única: la primera y más importante es que el obispo, consagra el «Santo Crisma» (de ahí el nombre de «Misa Crismal») y bendice el óleo de los catecúmenos y de los enfermos que después, a través de los arciprestes, cada párroco hará llegar a sus comunidades para poder celebrar los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Unción de enfermos. La segunda peculiaridad, aún siendo un elemento menos importante y más moderno es la renovación de las promesas sacerdotales; por ello el cambio de día, para facilitar la participación del mayor número de sacerdotes posibles.
A la luz de esta cuestión podríamos cuestionarnos si hemos sido capaces, con el paso de los años, hacer realidad que «la celebración de la Misa crismal sea única a causa de su significación en la vida de la diócesis» (n. 35). Pero más allá de motivar la participación o no de los fieles en la Misa Crismal, sí podemos practicar las interesantes orientaciones de la Congregación para el Culto Divino: «la recepción de los óleos sagrados en las distintas parroquias puede hacerse antes de la celebración de la Misa vespertina «en la Cena del Señor», o en otro momento más oportuno [durante el tiempo pascual]; sobre todo porque esto puede ayudar a la formación de los fieles sobre el uso y efecto de los óleos y del Crisma en la vida cristiana» (n. 36); más que nunca en este tiempo de Pascua en el que proliferan las celebraciones del Sacramento de la Confirmación y los bautismos.
Por último, también es importante recordar que es aconsejable reservar un lugar digno y adecuado para guardar el Crisma y los óleos, preferiblemente en el espacio propio del baptisterio.
Óscar Valado
Director del Secretariado de Música Sacra
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