El decreto conciliar Optatam totius afirma que “toda la educación de los seminaristas debe tender a la formación de verdaderos pastores de almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor” (1). Por tanto, la finalidad y el objetivo fundamental del Seminario Mayor es formar pastores que actúen apostólicamente, es decir, motivados por el ansia de salvación de los hombres en Cristo: “los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Como afirma el Sínodo de los Obispos de 1971, sobre el sacerdocio ministerial: “En la vida sacerdotal no cabe una separación entre el amor a Cristo y el celo por las almas” (2).
Así, todo debe apuntar a que el seminarista aprenda a reproducir los sentimientos y las actitudes de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir. Como tanto le gusta decir al Papa Francisco, los presbíteros deben ser en la Iglesia y en el mundo un signo visible del amor misericordioso del Padre, que se nos ha dado en Cristo (3).
Por eso, toda la vida y formación en nuestro Seminario Mayor trata de tener esta fundamental orientación pastoral, de modo que todo contribuya a que los seminaristas puedan reflejar, en el futuro desarrollo de su ministerio, la misma caridad pastoral de Cristo, con una entrega incondicional y generosa al servicio del rebaño que les sea confiado. Según esto, intentamos desarrollar y cultivar las distintas dimensiones de la formación de los seminaristas, comenzando por la dimensión humana. Entre los medios y actividades para esta formación humana tenemos: el proyecto personal de vida que cada seminarista elabora al comienzo de curso; formación humana y charla del Rector dos una vez al mes; dos horas de educación física semanales; y el desarrollo de distintas tareas y servicios en la comunidad y en la casa. A esto se añaden las entrevistas periódicas con el Formador, para revisar y discernir todos los aspectos de la formación.
La dimensión espiritual se trabaja, sobre todo, en el dialogo periódico con el Director Espiritual, haciendo hincapié en la oración personal, la celebración de la Eucaristía y el rezo comunitario de la Liturgia de las Horas todos los días; la plática espiritual semanal y la celebración penitencial y el retiro mensuales; también la Lectio divina y el Grupo de Vida de Acción Católica cada mes.
Particular importancia reviste también la formación intelectual de los seminaristas, porque su capacitación doctrinal y teológica es básica para el desarrollo del ministerio apostólico. Es importante que aprovechen bien estos años en el Seminario, porque en el futuro difícilmente van a poder disponer de tanto tiempo para su formación. Para ello, acuden a clase por la mañana y la tarde es tiempo para el estudio y los varios ciclos de conferencias que organiza el Instituto Teológico Compostelano. Y aquí cabe expresar el deseo de que, una vez que finalizan su estancia en el Seminario, los muchachos continúen preocupándose de su formación permanente, para mantenerse actualizados y fomentar el encuentro con los compañeros en el ámbito académico.
La formación pastoral se desarrolla fundamentalmente con el Curso de Pastoral en el Instituto Teológico y con el envío de los seminaristas a varias parroquias de la Diócesis en el fin de semana, con la finalidad de que convivan con el párroco y vayan conociendo distintas realidades y distintos estilos de quehacer pastoral.
Esta tarea formativa se complementa con los campos de verano en los meses de julio y agosto, entre los que destacan: la colaboración en la Catedral y Oficina del Peregrino, proyecto solidario en Perú, colaboración en campamentos de monaguillos y de Pastoral Juvenil.
Equipo de formadores del Seminario Mayor
(1) Optatam totius, n. 5; cf. Pastores dabo bobis, n. 57a.
(2) Cf. La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios mayores, n. 29
(3) Cf. El don de la vocación presbiteral. Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, n. 35