Desde un sentido de comunión, se nos pide a este servicio diocesano que es el COF de Santiago que hagamos partícipe a la comunidad diocesana de nuestra experiencia de atención a las personas, parejas y familias durante el confinamiento.
Como habéis podido saber quienes habéis acudido a este servicio o habéis entrado en nuestra página web o en la de Pastoral de Santiago, siguiendo las normas sanitarias, hemos realizado la atención de modo telefónico desde que comenzó el confinamiento hasta que entramos en la fase 2 de la desescalada. Hemos retomado ya, con todas las medidas higiénicas requeridas, la atención presencial, sin perjuicio de continuar con las sesiones telefónicas para quienes mantengan reparos para acudir a alguna de las sedes.
¿Qué nos hemos encontrado durante este tiempo? Decir “de todo” es, antes que un tópico, una realidad, y más gratificante de lo que esperaríamos encontrar, como indicaremos infra.
En el COF hemos podido apreciar que quienes más sufrieron la soledad del confinamiento fueron las personas ingresadas en residencias u hospitales, por COVID u otra enfermedad, y sus familiares, sobre todo cuando el desenlace fue fatal. La presión informativa diaria en los medios mientras el familiar se encontraba en el hospital. La soledad del enfermo, en el que no se podía ir viendo la evolución de la enfermedad. La frustración por no llegar a tiempo de despedirlo, con la consiguiente sensación de “robo”. La incertidumbre por cómo vivió la muerte. No poder estar presentes en el entierro, lo que provoca una doble respuesta de negación de la evidencia y, a la vez, de haber fallado a la persona y a su entorno. No poder efectuar los ritos de despedida personales, familiares y religiosos. La imposibilidad de recibir el acompañamiento necesario; no poder llorar juntos ni dar o recibir muestras de afecto. El sufrimiento se extendió también a las propias comunidades parroquiales, impotentes y entristecidas por no poder acompañar, más que a través de la oración, la angustia de sus hermanos. Ahora que las iglesias pueden albergar, según espacio, entre el 50%–75%, el acompañamiento en la misa funeral supondrá para los creyentes, además de su valor infinito como oración, que se tiene todos los días en la celebración de la Eucaristía por los enfermos y difuntos del COVID, un potentísimo rito de despedida, siempre que la familia así lo prefiera.
El segundo colectivo que más sufrió el confinamiento, contrariamente a lo que se nos transmitía, no fueron los niños y adolescentes, sino las personas mayores. Lo más necesario para estas son el contacto personal y los abrazos de los cercanos, a las que solo pudieron ver, en el mejor de los casos, por videoconferencia. Les faltaron, además, para su mantenimiento cognitivo-afectivo, las relaciones sociales. Y si las noticias eran terriblemente desalentadoras para todos, mucho más para un colectivo especialmente vulnerable al virus. Esto provocó en no pocas personas, como efectos secundarios, un aceleramiento del deterioro físico-psíquico y un terrible miedo a salir de casa y a mantener contactos externos. Parte del menoscabo puede ser reversible si, ahora que ya no hay horarios, comienzan a salir, a pasear, a tomar el aire y a hablar con otras personas o ver a sus familiares, observando la distancia posible, con la mascarilla y llevando consigo, como acompañante imprescindible, el gel hidroalcohólico. Es una labor de su familia convencerlos, ya que les resulta verdaderamente difícil adaptarse a tantas normas.
En la experiencia del COF hemos podido constatar que el confinamiento de los niños fue más traumático para los padres que para los hijos: progenitores preocupados por ERTES o en teletrabajo, con los hijos reclamando su constante atención o con necesidad de ayuda en las tareas escolares. Estrés para los padres. Beneficio para los hijos, que, por fin, después de mucho tiempo, pueden disfrutar del contacto y atención de unos padres en otros momentos sobrepasados por el trabajo propio y las actividades de sus hijos. La dificultad de algunos niños para salir tras el confinamiento no se debió tanto al “síndrome de la cabaña” -así se llama el miedo a salir- cuanto a que, al no poder relacionarse con otros niños, se sentían a gusto en casa disfrutando de y con sus padres. En el régimen de guardia y custodia de padres separados ha habido algún conflicto respecto de la permanencia de los hijos con uno u otro padre, pero han sido las menos de las veces.
Para la mayoría de los adolescentes y jóvenes, el confinamiento supuso una experiencia de resiliencia, de capacidad para superar exitosamente la situación. Nadie esperaría que, en general, les sirviese para desarrollar un sentido de responsabilidad para consigo mismos y para con sus familias. Sin poder salir a divertirse, su implicación educativa mejoró sensiblemente. La colaboración en las tareas familiares y de la casa también. Desde el COF diocesano pudimos notar cómo muchos conflictos entre padres se hijos se suavizaban gracias a un mayor contacto, escucha y reconocimiento mutuo.
En las parejas y cónyuges se dio una situación de mayor varianza. Hubo quien no soportó la idea de pasar un confinamiento con el partener y tomó la decisión de irse de casa o de echarlo antes de su inicio. Incluso algún caso se avino a denunciar al cónyuge por violencia de género. Esto sucedió sobre todo en parejas con hijos, en que al menos uno de los cónyuges no estaba dispuesto a buscar ayuda para resolver los conflictos de pareja.
Para algunas parejas en crisis que no se atrevían a enfrentar el problema de comunicación supuso la decisión de separarse. Para otras, no pocas, fue el acicate que movió a los cónyuges, o a uno de ellos, a decidirse por el cambio y a reconocer que los problemas de relación son cosa de dos, que no hay víctimas ni victimarios, y que cada uno tiene que poner de su parte lo que le toca para mejorar la relación. ¡Lo bueno de lo malo!
Hubo personas que, para evitar un choque frontal en una comunicación in se dificultosa, teniendo la facilidad para hacerlo, decidieron aislarse físicamente durante el confinamiento, volviendo a reencontrarse poco a poco a medida que podían empezar a salir. El tiempo de separación física, en más ocasiones de las que creemos, sirve para relajar las tensiones, reflexionar, echar de menos, reconocer el afecto hacia la persona amada y buscar una forma más sana de comunicarse.
Hemos oído también a personas que “bendecían” el confinamiento como una oportunidad de convivir, compartir, apoyarse y disfrutarse como pareja y como familia. Y la mejora de la comunicación que demandaban al pedir ayuda al COF llegó per se.
A modo de conclusión, desde este equipo al servicio de la diócesis para las familias hemos querido colaborar a favorecer la esperanza en vosotros mismos al dejar constancia experiencial de la inmensa capacidad de resiliencia con que Dios nos ha dotado a los seres humanos, de los muchos recursos que cada uno puede poner en práctica, aunque tal vez no se haya dado cuenta de ellos. Dios se revela en los procesos resilientes. Desde la profesionalidad del equipo del COF, a ejemplo del Maestro y cual humildes trabajadores en la viña del Señor, estamos a vuestra disposición para colaborar como tutores de vuestra propia resiliencia.
Para terminar, en un momento en que se estima la ciencia casi como un absolutum al que agarrarnos para que nos salve, una aseveración de un gran científico que se completa con lo dicho por Jesús en el Evangelio:
En medio de la dificultad reside la oportunidad (Albert Einstein)
Él les contestó: “El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allí?, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros” (Lc 17,20-21).
Centro de Orientación Familiar