Juventud

Experiencia vocacional

Hace tres años viví una conversión a raíz de la cual pude volver a Dios y a la Iglesia. Y fue sobre todo gracias a esto que comencé a participar de las diferentes actividades que desde la pastoral juvenil de mi diócesis nos proponía. Eran encuentros y peregrinaciones que vivía con muchísima intensidad, pero que, a pesar de haber tenido un encuentro con Jesús, al volver a casa todo se quedaba en el olvido. Y aunque Jesús sí que era importante, pues no era ni el centro de mi vida, ni lo que daba sentido a ella. Mi relación con Jesús se reducía a la Misa del domingo y a algún rato suelto, pero poco más.

Hace un año estaba a punto de terminar la carrera, tenía un novio maravilloso, había montado mi propia academia de inglés y lo tenía todo muy bien apañado. En verano, decidí ir a pasar una semana a un pueblecito de Palencia con unas hermanas a hacer una experiencia de acogida de peregrinos. Fui como a cualquier otra actividad, como a un Camino de Santiago, como a una peregrinación a Fátima, pero no sabía como lo allí vivido iba a cambiar mi vida.

Por un lado, a nivel humano, se puede vivir con ellas, ver la alegría de una vida entregada cien por cien a Dios y todo lo que eso implica. Y luego, sobre todo, escuchar la fuerza con que Jesús me iba llamando. A raíz de este tiempo se empezó a restaurar la relación con Jesús que tenía un poco abandonada. Por eso, esa semana, fue un punto de inflexión muy importante.

No entendía para nada de lo que me estaba pasando, pero era como que me estaba enamorando de Jesús, poco a poco. Una cosa como un poco extraña. Así que un poco asustada y bastante confusa volví a casa, como las otras veces, pero esta vez todo lo que allí viví no se quedó en el olvido, sino que raíz de eso mi relación con Jesús fue a más, a más, y todo lo vivido lo pude continuar en mi ambiente habitual.

Poco a poco, iba naciendo en mí el deseo de pasar más tiempo con Jesús, de involucrarme más, de estar con esa comunidad con la que había podido vivir todo aquello. Había una llamada que se iba haciendo bastante clara, poco a poco. En medio de todo esto, me enfadé bastante con Jesús porque yo decía: “¿Todo esto ahora con lo bien que me va todo, con todo lo que tengo montado? ¿Por qué quieres quitármelo todo?” Yo veía que me quería quitar todo lo que tenía.

Entonces, tuve la suerte que pasé de nuevo unos días con la comunidad y una hermana me decía: “Tú lo que tienes que hacer es decirle que sí a Jesús. Da igual que seas consagrada, que estés casada… que el sí a quien se lo das es a seguirlo a Él. Y de una u otra manera tú puedes seguir diciéndole que sí”.

Luego me dejó sola y yo tan tranquila decía: “¡Menos mal! Entonces, yo me puedo casar que aun así le estoy diciendo que sí a Jesús”. Pero, al poco tiempo, vino en mí una certeza muy grande de que ese pensamiento que me había pasado por la cabeza era un no muy grande y muy rotundo.

Muy consciente de que Jesús me iba a seguir amando totalmente hiciera lo que hiciera y con una libertad muy grande, pues de pronto, el deseo que Jesús tenía realmente para mi vida se iba haciendo mío y todo lo que Él me proponía se convertía en algo que cada vez deseaba más y más. Así, que hicimos las paces Jesús y yo. Y dije: “Voy a abrir mi corazón, voy a dejar espacio a lo que quieras y a dejar que obres en mi vida”.

Entonces, tuve que ir viendo poco a poco que todo eso que tenía en mi vida, que eran realmente regalos y bendiciones que me habían venido de Jesús, que no es que ahora cogiera y me los quitara sino que me había concedido vivir todo eso durante tanto tiempo, pero que ahora lo que yo quería es dejarlo todo, entregarlo todo, para poder darme el cien por cien a Él.

Jesús me había regalado un montón de cosas pero ahora me regalaba lo más grande que es su amor y una invitación a vivir con mayor intimidad con Él. Me regalo el comprender, como dice Santa Teresa, que realmente solo Dios basta y que es más que suficiente, que es lo más grande. Y el ir viendo como mi vida va cobrando sentido en la medida que voy dando pequeñitos pasitos hacia Él y pasos hacia la entrega que es lo que me pide.

Así es que recientemente dejé todo, terminé la carrera, cerré el negocio, dejé a mi pareja, me voy despidiendo de mis tremendos amigos, poco a poco, y os pido que recéis mucho por mí porque el próximo 26 de septiembre entraré a formar parte de la Comunidad de la Conversión, aquí en la provincia de Ávila. Y os pido que recéis también mucho por esos jóvenes que estén discerniendo su vocación, que estén pasando por un proceso así.

Y lo último que quiero deciros es que siempre hay que decir que sí a Jesús. Y no tengáis ningún miedo de abrir el corazón, de poner la vida en sus manos y escuchar lo que tenga que decir, porque lo que Él tenga que proponeros va a ser lo mejor. Así que no tengáis miedo, dejad que actué en vuestra vida y, mientras tanto, seguid haciendo lio.

Andrea Rollings