Si el Camino de Santiago es metáfora de la vida e iniciación para la conversión cristiana, el final del Camino fue concebido siempre como celebración de la Vida y la Gloria. En sintonía arte y liturgia como anticipo de la Gloria en la tierra, como todo el arte paleocristiano y bizantino siempre tuvo presente, Compostela no fue menos de la mano del Maestro Mateo, artista excepcional donde los haya, Maestro gallego por excelencia. Por eso, al final de nuestro Camino, no debemos temer, aunque sí mirar con humildad nuestros egoísmos y pecados, para confiar en la acogida solemne de Cristo, muerto y resucitado, de la familia de Judá y David, nacido de María, y el rostro sereno de Santiago que intercede a sus pies. Así lo vemos en el Parteluz central: éste es el Pórtico de la Gloria.
Al final de nuestro Camino está la Belleza, la Bondad, la Verdad. Estas afirmaciones aparentemente tan académicas se convierten en vivencia popular e incluso física para el peregrino, tanto si ha caminado duramente como si visita el santuario con medios más cómodos, pero “pietatis causa”, con fe y devoción religiosa. Se viven en la liturgia donde todos los sentidos son elevados a la Gloria celeste como en la liturgia y la oración. Hasta el olor de incienso, en los incensarios evocados en piedra en manos de los ángeles del Pórtico, o en el magno turíbolo, Botafumeiro, que desde dos siglos después de Mateo hasta hoy maravilla también a los peregrinos.
Hace ya diez años que se ansiaba la recuperación del Pórtico, olvidado por muchos y oscurecido por el tiempo. Poéticamente lo expresaba quien dio comienzo a la larga restauración y estudio que hoy admiramos:
El polvo ennegrecido
oscureció el portento…
Hoy manos afanosas
descubren briznas del color primero
que a proseguir escudriñando inducen.
¿Volverá a estallar el colorido
con que resplandeció la piedra en los comienzos?
La espera se hace larga
mientras discurre el tiempo
acuciando las manos afanosas;
y los cansados ojos ya adivinan
el polícromo asombro.
(José María Díaz, Ante el Pórtico de la Gloria, Santiago 2017)
El Pórtico de la Gloria es calificado por los expertos internacionales como joya y maravilla. Mantiene simbólica y espiritualmente lo mejor del primer arte cristiano y alto medieval, con su muchas veces olvidado colorido y vistosidad, pero también profundidad y contenido teológico, bíblico, espiritual. Como el mejor de los sermones medievales para ser leído, o de los himnos para ser cantado, o de los mosaicos o frescos absidiales para ser contemplado mientras se vive debajo de la misma la liturgia de la Gloria. Pero todo ello lo hace en el siglo gozne en que el hieratismo románico cede a la mejor sensibilidad ya gótica, ya casi renacentista. Si sólo Italia conoce el ‘200 y ‘300 no como arte “medieval” sino casi proto-renacimiento, la excepción fuera de ella está en Compostela, adelantándose a su tiempo. A la profundidad teológica mistérica heredada de la mejor patrística, como los sermones del Calixtino recogen, se une la nueva sensibilidad de la encarnación que todos asociamos a san Francisco y a la representación de los misterios, como la Navidad, a la poesía religiosa ya en vernacular, como las cantigas de santa María, a la belleza tierna del gótico y la ternura y humanidad de sus imágenes. Mateo anticipa el siglo XIII medio siglo antes. No en vano la memoria popular canonizaba la sonrisa de Daniel, la cordial acogida hospitalaria de Santiago, las múltiples miradas y complicidades de los cuatro Evangelistas y los ancianos músicos, incluso los ángeles llevando de la mano como niños a los inocentes a la Gloria.
Mateo fue el primer artista gallego en dejar su nombre, en piedra, en el dintel del Pórtico, con el año de su colocación: 1188. La Catedral ya había sido acabada pero el portal occidental o no estaba acabado, o no como Santiago merecía. El patrocinio real de Fernando II aspiró a lo más alto, como nos recuerda su contrato, único documento que habla de Mateo, en el Archivo Catedralicio. Era el año 1168, con el Códice Calixtino apenas cerrado. Ahora la Gloria de los peregrinos no sólo se pregona a viva voz desde el pergamino, sino en piedra y pintura. Si la gloria de Santiago brillaba en el magno Tumbo A que Gelmírez inaugura, los mismos oros, lapislázulis y colores llenarán, en grandes superficies, la puerta abierta todo el día hacia occidente. Ese espacio de acceso que concluía en las últimas arcadas de la nave central, con la Epifanía que abría el Coro donde la imagen daba paso al sonido y al cántico. Veinticuatro ancianos en la Gloria definitiva, 72 canónigos para su espera terrena litúrgica. Una imagen sedente y solemne de Santiago en el parteluz, otra sobre su tumba. El cuerpo de Santiago bajo el altar: el cuerpo de Cristo en cada Eucaristía sobre el mismo. Para el peregrino y devoto medieval todo recobraba sentido y ninguna de las penurias medievales (como si hoy el mundo no fuese igualmente cruel) daban paso a un nuevo mundo, en esperanza por venir, pero una esperanza transformada ya aquí y ahora: en la liturgia, en el arte, en la caridad hospitalaria, en el regreso transformados a cada tierra, llevando el testimonio de la maravilla en tantos diarios de peregrinos, en tantas devociones locales a Santiago, en tantas capillas y hospitales de caridad y acogida.
La historia del Pórtico comprende la pintura original, las primeras puertas de la Catedral a mediados del siglo XVI (hasta entonces estuvo noche y día libremente abierta), una primera restauración y repintado renacentistas, y una segunda restauración moderna (XVIII), menos magistral, con otras intervenciones menores más recientes, y menos acertadas. El estudio técnico realizado estos diez años será referencia mundial internacional para el estudio, conservación y restauración de frescos. El trabajo corporativo de tantos expertos en tantas áreas será ejemplo de cooperación interdisciplinar. Pero la fascinación recuperada, expresada en la popularidad mediática de los últimos meses y las largas colas, no es menos valiosa. Porque si todo lo anterior tiene gran valor, el “puente” de diálogo entre ciencia, técnica, fascinación moderna y auténtica espiritualidad cristiana no lo podemos tener mejor. Si atrio es el Pórtico, es “atrio de gentiles” y de no creyentes.
Concluía José María Díaz su visión fascinada y orante “ante el Pórtico”, casi arrodillado en el Parteluz de la Encarnación, de Santiago, del crucificado resucitado glorioso, diciendo:
¡CREO!
A un león y a una leona abrazas
Tú, Judá, de Israel el elegido
y de ti brota el árbol generoso…
¿Qué me queda decir
ante el prodigio que la fe resume?
Sobre el mármol mi mano temblorosa
impongo cual si fuera
sobre un evangeliario,
diciendo firme y animoso CREO,
y enseguida traspaso los umbrales
con la fe y el amor engrandecidos.
La evocación de aquellos ritos que aún hacíamos hace diez años, populares, ingenuos, pero creyentes, contrasta con nuestras seguridades técnicas y especializadas modernas, de gestores del patrimonio, administraciones públicas, expertos en seguridad, monitorado tecnológico de alta tecnología. Pero nos recuerda que el Pórtico, en su segura custodia desde hace una década, vuelve a ser patrimonio de la fe, de los peregrinos, de los creyentes, los que reafirman su fe y los que aún la buscan, y anticipo de la Gloria que construimos en la caridad ya en nuestra ciudad terrena. Ciudad, Santiago, que no existiría sin fe, sin peregrinos, sin caridad hospitalaria.
Francisco J. Buide del Real.
Archivero de la Catedral.