Seguimos avanzando por el camino que nos ha trazado el Plan pastoral diocesano 2017-2020, el primero después del Sínodo 2016-2017. Acompañamos con la mirada y el corazón a Jesús que se pone a caminar con los dos discípulos que regresan a Emaús decepcionados por el final que ha sufrido su maestro. Durante el curso pasado, reparamos en la explicación que les hace de todo lo sucedido. En el presente, nos vamos a detener con él en la casa a la que ha entrado como invitado para pasar la noche, acompañando con asombro su gesto de bendecir la mesa, al modo en que lo hizo en la última Cena. En definitiva, durante el curso que comienza, en la renovación pastoral que nos propone el Sínodo, priorizaremos el ministerio de la santificación.
La reciente publicación de la Exhortación Gaudete et exultate por parte del Papa Francisco nos ofrece también un marco idóneo para situar el programa anual. En dicha publicación, el Papa nos invita a revitalizar la llamada divina a la santidad y a promover su pastoral. Por el Bautismo participamos de la vida divina y acogemos el don del Espíritu Santo. Para vivir conforme a este don, hemos de cultivar la espiritualidad a través de la escucha de la Palabra, del seguimiento de Jesucristo y, como subrayamos especialmente este curso, por la celebración de los sacramentos y el culto divino.
Por otra parte, la Iglesia nos está urgiendo una renovación pastoral que ha de afectar a las estructuras, al estilo pastoral y también a la vivencia espiritual de todos los diocesanos. Sin cultivar adecuadamente la espiritualidad con una celebración sacramental consciente, activa y fructuosa, sin apreciar en su justo valor y avivar las raíces cristianas de la piedad popular y, en definitiva, sin activar el espíritu de oración y crear espacios para ella en nuestras comunidades, dicha renovación será inviable.
Una mirada a la realidad
Llegados a este punto, les invito a echar una mirada a la realidad celebrativa, devocional y oracional de nuestras comunidades cristianas. Ni que decir tiene que esta realidad es muy plural y diversa; veamos no obstante algunos de sus puntos más débiles. Advertimos, en primer lugar, un descenso preocupante del número de personas que participan en la Eucaristía dominical, momento cumbre de la vida cristiana. En la carta de presentación del Programa pastoral 2018-19, nuestro Arzobispo D. Julián cita como posibles causas la primacía que concede la cultura actual a la acción y al protagonismo humano apoyado en la técnica, frente al sacramento que se nos ofrece como regalo. Al mismo tiempo, apunta la subestima a la que se ha ido sometiendo el ministerio santificador del sacerdote. Junto a estas causas externas, podemos aludir también a la falta de comprensión del sentido de las celebraciones, del lenguaje y de los signos sacramentales.
Refiriéndonos a celebraciones concretas, hemos de denunciar que los bautismos se conviertan con frecuencia en celebraciones privadas, que las primeras comuniones primen el protagonismo del niño o niña y los regalos, que el matrimonio se convierta en un acto social, que la penitencia y la unción de los enfermos pierdan su valor y su sentido por no estar integradas en una pastoral adecuada, que las exequias ocupen excesivo tiempo y preocupación en la vida de la parroquia. Por otra parte, si fijamos la mirada en la piedad popular, descubrimos que está sobrevalorada en muchos casos en que se ignoran sus límites: sentimentalismo, desvinculación de la liturgia, falta de compromiso, escasa formación religiosa, sentido materialista y mercantilista. En otros momentos, sin embargo, se minusvalora ignorando sus potencialidades: sentido de la trascendencia, alegría, sentido de familia, participación de los seglares…
Criterios orientativos
Para iluminar esta situación y buscando ofrecer algún criterio orientador, queremos subrayar, en primer lugar, el protagonismo divino en la liturgia. En concreto, en la celebración de los sacramentos, se actualiza el misterio salvador de Dios que actúa en favor nuestro a través de la persona del ministro y de los signos sacramentales principalmente. De acuerdo con este principio, no tiene sentido convertirlos en una celebración de la vida humana.
Necesitamos también destacar la dimensión comunitaria de toda celebración. Jesucristo no celebró solo la Cena pascual; además, nos ha mostrado su deseo de que celebremos la fe en comunidad. Por lo tanto, toda celebración ha de ser participada por todos, cada uno según su propio carisma y ministerio. Precisamente, una buena celebración ha de poner en ejercicio los distintos ministerios de acólito, lector, salmista, etc. A ello podrá ayudar la constitución de un equipo de liturgia. En definitiva, ninguna acción litúrgica es una acción privada y, por tanto, carecen de sentido los bautismos o las bodas celebradas en forma exclusiva para la familia y sus invitados.
Un tercer principio que hemos de apuntar es el de la centralidad de la parroquia. Ella es de ordinario el lugar donde nacemos a la fe y la alimentamos. Por ello, y atendiendo a la indicación que nos hace el Concilio Vaticano II, hemos de “fomentar teórica y prácticamente entre los fieles y el clero la vida litúrgica parroquial” (SC 42). Uniendo este propósito a una adecuada formación, evitaremos que los sacramentos se reduzcan a celebraciones sociales y costumbristas y que se produzca un vagabundeo de los fieles buscando rebajas en cualquier parroquia.
Una adecuada formación
De todo lo afirmado, se deduce que la formación cristiana en general y litúrgica en particular es necesaria para que estos principios sean tenidos en cuenta en toda celebración de la fe. La formación en este campo es un deber tanto para los ministros ordenados, como para los equipos de liturgia, como para el resto de fieles. Para sacar el mejor fruto de las celebraciones, es imprescindible conocer su sentido, vivir los ritos e identificarse con el misterio que se celebra. Además, los ministros sagrados, han de estar disponibles y atentos para comunicar a los hermanos los tesoros de la gracia de Dios. Como dice el Papa emérito Benedicto XVI dirigiéndose a los sacerdotes: <<Es importante… promover una catequesis adecuada para ayudar a los fieles a comprender el valor de los sacramentos, pero asimismo es necesario, siguiendo el ejemplo del santo cura de Ars, ser generosos, estar disponibles y atentos para comunicar a los hermanos los tesoros de gracia que Dios ha puesto en nuestras manos, y de los cuales no somos <<dueños>>, sino custodios y administradores” (Audiencia, 5.V.2010).
Impulso a la Pastoral familiar
A lo largo del presente año, una comisión nombrada al efecto, ha diseñado y preparado los materiales de apoyo para tres proyectos renovados: los Encuentros prematrimoniales en orden a una preparación inmediata, el Itinerario de novios para una preparación remota y a fondo, y el Acompañamiento a matrimonios jóvenes durante los primeros años de su vida familiar. Todos estos proyectos buscan ahondar en la comunión y en la evangelización a partir de la realidad concreta de cada pareja y de cada persona.
Segundo curso de la EDAP
Durante el presente curso sigue adelante otro gran proyecto iniciado el curso pasado: la Escuela diocesana de Agentes de Pastoral; y lo hará siguiendo básicamente la misma estructura del anterior. En este caso, además de buscar la revitalización de nuestra condición de discípulos, trataremos de ofrecer herramientas que nos ayuden a la hora del servicio pastoral en varios campos: la liturgia, la catequesis, la pastoral familiar, la pastoral de la salud, el voluntariado de Cáritas y los Medios de Comunicación Social. Se ofrecerá también un curso complementario para aquellas personas que no recorran ninguno de estos itinerarios.
+ Jesús,
Obispo Auxiliar de Santiago