Toña decidió entregar lo mejor de su vida como misionera seglar en Japón. Quien vio ponerse el sol, de pequeña, en Marín, buscó el lugar en donde nace el astro rey. Su historia puede parecer un tanto “exótica”. Pero el espíritu que la mueve debería resultar muy familiar a los discípulos que escuchan cada día “id por todo el mundo y anunciad…”
¿Cómo empezar? Me llamo Toña, llegué a Japón hace 16 años como misionera seglar (y me parecen demasiados, para sintetizar en un folio, sin enrollarme). Del norte, al norte, en medio de los campos de arroz y las montañas (provincia de Niigata). En una zona en la que había cristianos bastante dispersos y que, por diversos motivos, no podían ir a la parroquia. Ésta nos facilitó una casa inhabitable; la arreglamos como pudimos (en misión, ora enfermera, ora albañil, jardinera… lo que se tercie) y en 2 habitaciones de la parte inferior, preparamos una capilla, en la que el 2º y 4º domingo de mes venía el cura y celebrábamos la misa. La parroquia de la que dependíamos, estaba a 13 km, que en época de nieve (diciembre-abril) se hacen interminables. En esta zona asistíamos a los cristianos que no podían venir (en un pueblo de 30.000 habitantes no llegábamos a 50); y dábamos catequesis a los paganos.
En la parroquia atendíamos, sobre todo, la pastoral de extranjeros de habla hispana (les acompañábamos como traductores en el hospital, la policía, el trabajo, la catequesis, los bautizos, los matrimonios, etc.). He asistido a partos, cesáreas, operaciones y, ¡cómo no! Siempre colaborando con la comunidad, pues sin alimento no se vive. Luego, me fui a la capital y de allí a Yokohama, hasta hoy. Dependiendo de las necesidades del lugar, el «trabajo» a realizar, cambia. He dado clases de español y de cocina española. He trabajado en el servicio de limpieza de un asilo de ancianos; en la librería «San Pablo» de Tokyo; limpiando una casa, etc. “El que no trabaje, que no coma.” Japón es un país muy caro; así como la primera casa nos la facilitó la diócesis, el resto no, y los alquileres son muy altos.
He tenido la Gracia de nacer y ser educada en familia cristiana. Estudié (nunca fui buena estudiante, pero tengo que poner un verbo) en el colegio de «La Inmaculada» de mi pueblo, «hijas de la Caridad»; también tenían misiones en Madagascar y todos los años, venían y nos ponían diapositivas y nos hablaban de su labor. Con 14 años, empecé a caminar en una comunidad neocatecumenal en la parroquia. Fue en ella donde a través de la escucha de la Palabra, pude descubrir que cuando estaba en 1º de EGB, viendo una diapositiva (que todavía recuerdo) yo dije: «de mayor yo quiero ser como esas» (como las monjas que estaban con los niños en Madagascar).
Resumiendo, el motivo de ir a misión, es el de dar respuesta a la llamada que el Señor me había hecho de pequeña, que fue descubierta, probada y confirmada de mayor. ¿De seglar? Pues porque no veía-sentía (no encuentro el verbo justo) el pertenecer a ninguna orden. Lo que yo deseaba, era anunciar al Dios que he conocido y experimentado. Al Único por el que me he sentido querida-amada-mimada.
Me gusta dar gracias a Dios por hacerme partícipe de «Su Obra». Ahora me toca hablar de cómo son los japoneses. Resulta embarazoso hablar de esto porque me muevo en un mundo muy pequeño y sólo llevo 16 años aquí. Es lo que tienen de vida casi todos mis sobrinos, pero insuficiente para conocerlo todo. Se corre el riesgo de que mi opinión sirva para decir los japoneses son “así” y “así”. Más bien quisiera transmitir “Toña piensa que” sobre los habitantes de estas tierras. Con esta aclaración, opino: son bastante reacios a los temas religiosos (no acogen la fe fácilmente, pero una vez que la acogen, no la sueltan). Se dicen a ellos mismos «a-religiosos» (a pesar de que como nación son sintoístas, budistas, o las 2 al mismo tiempo); con una religiosidad natural muy arraigada (sobre todo en los pueblos: se bendicen los campos, los terrenos antes de edificar; en año nuevo van todos a los templos budistas «O tera» ).
A mí me da la impresión de que estoy como en casa (miña terra galega): los japoneses son muy amables; pero a la hora de hablar de ellos mismos, son muy supersticiosos. El paisaje es todo muy verde. Montañoso, al menos en la zona norte, como en Galicia. Lo que más me ha costado, ha sido adaptarme a la gran ciudad, Tokyo (30 millones de personas). Yo le llamo la ciudad de los muertos o ciudad robótica (porque cuando vas por la calle, eso parece). En ella, el tren va lleno (yo estuve 2 estaciones sin poner los pies en el suelo-7 minutos-, enlatada entre la gente) y sin sentir (ni oír) nada más que el silencio. Eso impresiona mucho, sobre todo viniendo de España, en donde se grita mucho y hay en todas partes mucho jaleo.
Ya para terminar, diré que entre la tarea de una ONG y la misión hay una diferencia fundamental: la Ong lleva cosas materiales y labor social; un misionero, además de eso, hace presente a Jesús, con lo cual lleva la salvación a las personas (porque El lo ha decidido así).
Antonia María Santiago Cendán (Toña)
Misionera seglar en Japón