Les planteo una pregunta a la que es difícil dar respuesta. El límite entre el derecho a la información y el sensacionalismo, el “cotilleo”, el morbo.
Parto de una frase de Sastre que en la sociedad en la que vivimos, aunque no siempre se cumple, todos o casi todos compartimos: “La libertad del individuo acaba donde empieza la libertad de los demás”.
Todos hacemos bandera de nuestras libertades y derechos y nos ponemos en pie de guerra si alguien intenta arrebatárnoslos, pero a veces olvidamos que los demás merecen lo mismo que nosotros.
Centrémonos en un caso concreto. El juicio por la muerte de Asunta Basterra, un tema que está en boca de todos. Sabemos cómo era ella. Conocemos también las caras de sus padres: Rosario Porto y Alfonso Basterra. En este caso, su intimidad se acabó desde que fueron acusados de robar un derecho a su hija: el derecho a la vida, el más valioso de todos. Acusados de arrebatar a la niña su libertad, su existencia. Pero, ¿qué pasa con los testigos? Los medios de comunicación pueden acceder a un juicio público. En definitiva, todos tenemos de alguna manera acceso a esa sala. Todos podemos escuchar sus voces.
Imagínense por un instante que lo que le ocurrió a Asunta lo sufre alguien de su alrededor y usted es su profesor, la persona que tramita la denuncia que interponen sus padres o una amiga. Y de repente, su cara aparece en algunos medios de comunicación, de la noche a la mañana deja de ser un rostro más para el resto de la sociedad. Se convierte en un personaje público. ¿Por qué tiene que perder su intimidad o su derecho a la vida privada? ¿Por qué no se protege la identidad de estas personas?
¿Qué quiere el espectador? ¿Quiere ver cómo se hace justicia con la pequeña Asunta o quiere poder reconocer los rostros de quienes, sin querer, se han visto en medio de un terrible crimen? ¿Dónde está el límite?
María Eimil
Periodista