1.- El descanso en el mundo en que vivimos hoy
En la sociedad en la que estamos, el hombre dedicado al trabajo piensa a menudo en el descanso. Normalmente descansa uno de noche, a no ser que se lo impida el turno de los horarios que le correspondan; y, en caso de serle ello posible, se ha hecho común, al menos en España, el descanso posterior a la comida, denominado “siesta”. Por otra parte, de un modo más global, en las naciones de tradición cristiana suele descansarse cada semana los domingos, mientras que en las naciones de religión musulmana lo hacen los viernes, y en las que prevalece el judaísmo descansan los sábados. Aparte del descanso semanal, existen hoy a lo largo del año fiestas religiosas y otras civiles, que interrumpen el trabajo de la semana, y permiten el descanso. Mirando todavía más allá, los diversos trabajadores esperan algún día poder gozar descansando, del fruto de su trabajo anterior. Es lo que conocemos como el retiro o jubilación.
Por su parte el emigrante vive de esperanza, gozando de los días de asueto que le permite su situación, mientras confía en que llegue el retiro, que, a ser posible, disfrutará en su tierra de origen, con su familia.
Entre otros grupos de personas que cifran su descanso en un momento futuro, están los enfermos creyentes, que esperan alcanzar el final de sus dolores en la gloria eterna; el activista musulmán que, junto a otros de su religión desea terminar su existencia terrena y pasar en seguida a esa felicidad que Dios le ofrece; y el cristiano perseguido, que aspira a conseguir un descanso eterno en una vida en que goce junto a Dios y a sus seres queridos, que tanto sufren ahora.
2.- El descanso para un pueblo angustiado
A menudo el pueblo creyente se siente oprimido, ya sea por la prevalencia de algunos pueblos vecinos, ya por encontrarse fuera de su tierra: sometidos en Egipto, o exiliados en Babilonia.
De ordinario el pueblo ansía, apoyado por Dios, el paso de un lugar de sufrimiento a la tierra prometida por Dios a Abraham, una tierra que “mana leche y miel”. De esa tierra decía la moabita Ruth a su suegra Noemí: no me pidas que te deje, que, a donde tú vayas también iré yo, y, en donde te acojas, me acogeré yo contigo: tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios (Rut 1, 16). En una y otra ocasión, en su tierra y con su Dios encontrará Israel el descanso, una vez sometidos sus enemigos.
Cierto que no todos los del pueblo entran en el descanso del Señor. No consiguen gozar de él los de corazón extraviado, que no conoce los caminos del Señor. Ello provoca la cólera de Dios y la expresión que recoge el salmista: Por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso (Sal 95, 11). El autor de la Carta a los Hebreos se hace eco de lo que aconteció con muchos que, al oír la voz del Señor, endurecieron su corazón y se rebelaron. A esos que se rebelaron, les prometió el Señor debido entrarían en su descanso y fueron muriendo por el camino, en el desierto, debido a su falta de fe (Heb 3, 19; cf 3, 15-19; Num 14, 29.32).
Sabemos, por otra parte, que la promesa de Dios de hacerlos entrar en su descanso sigue en pie, aunque alguno corre el riesgo de llegar tarde (Heb 4, 1). Al revés de lo que había acontecido con muchos, a los que faltaba la fe, otros, como Josué y Caleb, siguieron al Señor, sin desconfiar de Él (Num 32, 12). Se contrapone de este modo el comportamiento de los anteriores al de estos dos; y como consecuencia, la estancia de aquéllos en el desierto se prolongó, mientras que Josué y Caleb entraron en el descanso que el Señor les ofreció.
El creyente descansa en “los palacios del Señor” (Sal 122, 7). Se ve que en ellos encuentra seguridad, frente a las insidias externas. Por otra parte, el hombre que confía en Dios sabe que Dios le asiste siempre, incluso ofreciéndole su revelación, pues “hasta de noche” le instruye interiormente (Sal 16, 7).
En la tierra que “mana leche y miel” encontrará su descanso el pueblo de Dios. Josué y Caleb les dicen a los israelitas que, a juzgar por el miedo que les tenían los habitantes del lugar, se veía que el Señor iba a entregarles la tierra (Num 14, 6-8). Por eso, si el pueblo es fiel a Dios cumpliendo sus mandatos, tendrán fuerza para entrar en el país y poseerlo, y se alargarán los días que permanezcan en esa tierra, una tierra que “mana leche y miel” (Dt 11, 8-9; cf 26, 9.15; 27, 3; Jer 11, 5; 32, 22).
Esa situación de reposo se deberá a que el propio Dios “estará en medio de Israel”, de suerte que su pueblo no tenga nunca que avergonzarse (Jl 2, 27; 4, 20-21).
3.- El descanso semanal, enseñanza del Creador
Hay un tipo de descanso que le viene dado al hombre de la Biblia cuando se encuentra en la tierra de Israel. A diferencia de lo que le acontecía en Egipto, lugar en donde había de trabajar de modo continuado, en la Tierra Prometida había de interrumpir su trabajo en el Sabat, debido al precepto divino. Era el sábado un día de absoluto descanso, en el cual se podía caminar tan sólo lo que se indicaba en cada pueblo con el mojón situado hacia la salida de aquel lugar. Al referirse al precepto del descanso sabático, la Sagrada Biblia se fundamenta en lo que hizo el Creador: cuando hubo realizado su obra a lo largo de seis días, el séptimo descansó (Heb 4, 4; cf Gen 2, 2). De ahí que el creyente, al respetar el sábado, sepa que se está asemejando al Dios creador, que, al final de su obra, descansó.
A lo largo del camino por el desierto hacia la tierra prometida, el sábado no había maná, por lo que el viernes se ofrecía doble ración, y no se pudría lo que sobrara al llegar la noche, sino que valía para comer el sábado (Ex 16, 19-26). Teniendo en cuenta el precepto divino, muchos judíos se dejaron matar en tiempos de los Macabeos, por no quebrantar el sábado (1Mac 2, 31-38).
Jesús relativizará el descanso sabático, al considerar que lo fundamental es el bien futuro del hombre, pues no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado a favor del hombre, ya que el Hijo del Hombre es Señor del sábado (Mc 2, 27-28).
Teniendo en cuenta que sabat significa descanso, el cristiano tiene su propio sabat en el domingo, día sellado por el Padre con la resurrección de su Hijo. Por ello, siguiendo el modo de proceder de los primeros cristianos, que se reunían para celebrar la fracción del pan al salir el sol en el primer día de la semana, así también Pablo y sus compañeros de viaje tienen la celebración cristiana en Tróade, en su tercer viaje apostólico, el domingo (Hech 20, 7; cf 2, 46).
4.- El descanso del pueblo en las fiestas del Señor
Otro tiempo de descanso en la “tierra que mana leche y miel”, lo constituyen los días de fiesta. En un principio, debido al carácter agrario de aquellos lugares, dependían del estado más o menos avanzado de la cosecha, sin establecer anticipadamente las fechas. A partir del siglo VII a. C., en tiempos de Josías, con la centralización del culto, las fiestas serán peregrinaciones a Jerusalén. Algunas de ellas como la Pascua, la de las Chozas y en su momento la Hanukah duraban siete u ocho días. El libro de los Números se refiere a esas fiestas, señalando que en ciertos días no se puede hacer ningún trabajo servil, algo que aplica también a la Fiesta de las Primicias o Pentecostés y al Día de la Expiación o Yom Kippur (cf Num 28, 16-18.25; 29, 1.7.35). Así pues, el sentido del descanso es el de abstención de trabajos serviles, para dedicarse a celebrar la “fiesta de Yahvé”, la “fiesta para Yahvé”, y destinar así el propio tiempo a festejar a Yahvé con una celebración en su favor.
5.- El tiempo anterior a la entrada en el descanso de Dios
El hombre de fe camina esperanzado, sabiendo que el Señor cumplirá su promesa. El autor del Sal 16 confiaba en seguir adelante, al contar con que Dios estaba a su lado para guiarle e impedir que cayera. Incluso el Señor evitaría que fuera víctima de la muerte, hasta el punto de evitar la corrupción. San Lucas presenta a San Pedro el día de Pentecostés, enseñando que ese Salmo se ha cumplido en Jesucristo, que no se corrompió en el sepulcro, sino que fue resucitado por el Padre (Hech 2, 25-32).
El Señor pide al pueblo que los que hayan recibido su parte en la Transjordania ayuden a sus hermanos, hasta que Él “les haga descansar”, como hizo con ellos (Dt 3, 19-20). En todo momento, Dios da fuerza al cansado, multiplica el vigor de quien no tiene energía (Is 40, 29). Él es quien concede el descanso a su pueblo y quien habitará en Jerusalén acompañando a sus fieles (1Cro 23, 25).
Quienes se asemejan a los que adoraron a la bestia del Apocalipsis, no tendrán descanso ni de día ni de noche (Ap 14, 11). En cambio, los que han lavado sus túnicas entrarán por las puertas de la Jerusalén celestial, ya que tienen derecho al árbol de la vida (Ap 22, 14ss).
6.- El definitivo descanso que el Señor ofrece
La vida terrena es una vida de lucha, en espera de lograr el descanso definitivo junto al Señor. Por el momento hemos de tribular y cansarnos por un camino en el que el propio Cristo también se cansó (cf Jn 4, 6). Ahora mismo, los que somos cristianos, y por ello ya tenemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando la filiación definitiva, que tendrá lugar cuando nos liberemos de este cuerpo mortal (Rom 8, 23). Por el momento estamos salvados, pero sólo en esperanza, aguardando el momento de ver y experimentar lo que ahora tan sólo esperamos (Rom 8, 24).
Cuando los discípulos de Jesús se hallaban fatigados, el Maestro los animaba a descansar un poco (Mc 6, 31). Más todavía, llamó a cuantos se hallaban cansados y fatigados a acercarse a él, para encontrar alivio. Quien carga con su yugo y aprende de Jesús, que es manso y humilde de corazón, encontrará el descanso (Mt 11, 28-29).
Descansa en el Señor quien ha conocido sus caminos y llega de ese modo a la Tierra Prometida (cf Sal 95, 10-11). Quien entra en el descanso del Señor, descansa de sus trabajos, como Dios en la creación descansó también de los suyos (Heb 4, 8). El Espíritu declara dichosos a los que mueren en el Señor. A ellos corresponde el descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan (Ap 14, 13).
José Fernández Lago